
Otto Mañón
Que no se diga que nos quedamos callados mientras una transnacional extranjera depredadora, cobijada por la complicidad de un gobierno domesticado, se roba nuestros recursos, envenena nuestros ríos, y desaloja a nuestro pueblo como si fueran basura humana. La Barrick Gold no es una empresa minera. Es un monstruo geológico disfrazado de desarrollo, que arrasa todo a su paso: vidas, bosques, comunidades y dignidad. Y esta vez, su presa se llama Cotuí.
En la comunidad de Zambrana, campesinos valientes y mujeres con más corazón que muchos «representantes del pueblo» se han lanzado al piso, literalmente, para impedir que las máquinas asesinas de la Barrick corten los últimos árboles que protegen el río El Naranjo. Ese mismo río del que beben niños, ancianos, animales y la esperanza. ¡Y lo están haciendo con la complicidad del Estado dominicano, que en lugar de proteger a su pueblo, lo entrega atado, amordazado y sin agua!
El presidente Luis Abinader no ha dicho una palabra. Y no porque no sepa. Lo sabe. Lo ve. Lo permite. Su silencio es aprobación, su inacción es complicidad. Porque mientras las bombas lacrimógenas llueven sobre campesinos indefensos, los ejecutivos de la Barrick se sientan en sillones con aire acondicionado a planificar la próxima fase del saqueo, a espaldas de la Constitución y del derecho a la vida.
Y no se equivoquen: esto no es solo un crimen ambiental. Es un crimen moral, geopolítico y espiritual. Es un genocidio planificado de comunidades que estorban al proyecto extractivista de los que ya se adueñaron de nuestras costas, nuestros puertos, nuestras embajadas y ahora de nuestras montañas.
Luis Abinader no gobierna. Gerencia el traspaso de nuestra soberanía. Y lo hace por partes: primero nos entregó demográficamente al permitir la entrada masiva e ilegal de haitianos, luego nos vendió ecológicamente con contratos leoninos como el de la Barrick, después nos traicionó institucionalmente al colocar descendientes haitianos en embajadas clave, y ahora nos destruye territorialmente.
Y los que se oponen, son perseguidos. Los microempresarios asfixiados. Los periodistas que denuncian, silenciados. Los pastores y sacerdotes, ignorados. Pero los corruptos… ¡esos andan blindados! Senadores mafiosos, ministros ladrones y generales narcos, todos con su «licencia para delinquir». El sistema judicial solo funciona para desalojar campesinos y legalizar el robo. Para eso si no es buena la Faride esa.
Mientras tanto, el Ministerio de Medio Ambiente actúa como notario del crimen, certificando que la destrucción tiene «permiso». Y si alguna institución se atreve a cuestionar algo, la Barrick saca el manual internacional del chantaje: «empleos», «inversión», «desarrollo». Y lo que no dicen es que cada árbol cortado, cada roca de oro, plata, níquel, tierras raras, cada litio extraído, cada gota de cianuro derramada, les deja a ellos millones… y a nosotros, enfermedad, miseria y muerte.
El contrato firmado por Leonel Fernández fue una entrega vergonzosa de nuestro subsuelo. Pero el gobierno de Abinader ha llevado esa entrega al nivel de humillación nacional. Porque ya no se trata de minería. Se trata de exterminio.
Y que nadie venga con el cuento de que «la comunidad fue indemnizada». No se indemniza lo que no se puede devolver: la dignidad robada, el agua contaminada, el hogar destruido.
Hacemos un llamado urgente, con el corazón en la mano, a todos los cristianos de buena fe, sin importar la denominación o tradición que profesen: este no es un asunto político ni religioso, es un asunto moral. Es hora de unirnos como cuerpo de Cristo y como pueblo digno para defender al desvalido, al campesino despojado, a la mujer que llora impotente porque le quitan hasta el agua. No es terrorismo reclamar justicia. No es rebeldía exigir que no destruyan los ríos que Dios nos dio. Es pecado mirar para otro lado mientras la tierra clama. Es pecado callar ante un llanto que el cielo escucha.
Y a la ciudadanía entera, especialmente a los que aman su patria: no esperemos que nos quiten lo último para despertar. Si un pueblo no defiende su tierra, pierde también su alma.
Desde este rincón pastoral, oramos para que el corazón del país despierte y el juicio de Dios no nos alcance por la complicidad silenciosa. Hoy aún hay tiempo. Mañana podría ser tarde. Barick no compra, alquila gobiernos, compra silencios, y arrebata vidas.
No somos anti-norteamericanos. Somos anti-imperialismo extractivista. Y cuando una multinacional extranjera pisotea nuestras leyes, arrasa nuestras comunidades y desafía nuestra soberanía, lo correcto no es negociar. ¡Es resistir!
Hoy Cotuí llora, pero no se rinde. Porque en cada mujer que se acuesta frente a una pala mecánica, hay una patria entera que no se vende. En cada hombre que grita «¡Asesinos!» con las venas del cuello explotando de impotencia, hay un país que está despertando. Y en cada voz que denuncia este atropello, hay un eco de justicia que retumbará en la historia.
¡Cotuí no se vende, se defiende!
#POLICristianizando
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Otto Mañón es aspirante a siervo inútil o pastor de Iglesia Casa de Bendición Inc., Marietta, GA, freelancer comunicador, miembro de la Coalición Dominicana de Atlanta Georgia y ex editor de los medios hispanos de Pennsylvania Esperanza Comunitaria, Acento Hispano News y @tiempo news.
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