
Magua Moquete Paredes (maguamoqueteparedes@gmail.com)
El mundo sin conocer al mosquito, sin haber sufrido sus picaduras y su imprevisible poder. Este frágil y transparente insecto, de medio centímetro de longitud, que se introduce volando en la alcoba, inserta su fina trompa en nuestra piel y nos extrae la sangre para llevársela al estómago.
Solamente la hembra del mosquito pica a su víctima, porque necesita sangre para reproducirse, pero no lo hace siempre que se le presenta la ocasión. Algunas de las 2,700 especies de mosquitos conocidas atacan únicamente a la luz del día; otras, sólo al caer la tarde o cuando reina la oscuridad. El cuerpo del insecto, lleno de prolongaciones: alas, patas y antenas que apuntan en todas direcciones, semeja una absurda máquina voladora. Lo cierto es, sin embargo, que el mosquito vuela con notable agilidad. Es capaz de revolotear, trazar ondulaciones en el aire, acelerar o disminuir la velocidad repentinamente, escapar de entre nuestras manos si queremos abatirlos con una palmada, e incluso volar cabeza abajo, lateralmente o hacia atrás.
Según, John David Gillett, entomólogo inglés que ha hecho una especialidad del estudio de los mosquitos, hay algunos que vuelan entre la lluvia, esquivando las gotas, y llegan a su destino completamente secos. Al volar en busca de sangre, la hembra bate las alas de 250 a 600 veces por segundo (depende de la especie y, en menor grado, de su velocidad). El insecto no logra este rápido aletear por un esfuerzo continuo y voluntario, sino conectando los insólitos músculos de las alas, situados en la parte media del cuerpo. Mientras no los desconecte, tales músculos se contraen y se extienden automáticamente a velocidad increíble.
La trompa del mosquito, que arranca de debajo de los ojos, no es una en realidad, sino que se compone de seis agudos instrumentos (como estiletes), todos más finos que un cabello: dos tubos (canal de alimentación y ducto salivar) rodeados por dos lancetas (mandíbulas) y dos cuchillas o navajas serradas (maxilas). Una funda o vaina en forma de canal envuelve y protege estos seis estiletes en toda su longitud. Por último, una abrazadera unida a la vaina, en el extremo de la trompa, sujeta los seis estiletes entre sí en un sólo haz. Con esta formidable arma el mosquito puya.
Inmediatamente antes de que el mosquito comience a extraer la sangre, inyecta saliva por el más delgado de los dos tubos de la trompa. Debajo de la piel, la saliva se mezcla con la sangre y evita que se coagule al subir por el canal de alimentación. Con ayuda de este anticoagulante puede succionar una cantidad de sangre suficiente para llenarle y enrojecerle la larga panza.
A partir de entonces, la hembra del mosquito, no quiere más que descansar. Abrumada con el peso de la sangre de su víctima, se posa fuera de la casa, sobre una pared o una hoja, a esperar. Durante los tranquilos días que siguen aprovechará aquella gota de sangre humana para poner varios centenares de huevos.
Poco antes de que la hembra haya ingerido su primera ración de sangre, se ha apareado después de atraer al macho con su distintivo zumbar de alas. Ese único apareamiento será suficiente para las cuatro o cinco posturas de huevecillos durante el lapso de uno o dos meses que tiene de vida. Cada vez, al disponerse a poner esos huevos, la hembra misma los fertiliza con el semen del macho que ha quedado depositado en ella.
Todos los mosquitos pasan por una metamorfosis (huevo, larva y ninfa) en el agua o cerca de ella. Los huevecillos del insecto necesitan agua para madurar, pero hay algunos que maduran a los pocos días de puestos; otros, sólo tras haber pasado un invierno en estado de congelación; otros más, después de secarse. Algunos de los depositados por millones donde ha habido una inundación sobreviven hasta cinco años en tierra seca, hasta que llega una nueva inundación y los incuba. A esto se debe que las muchas lluvias produzcan nubes de tales insectos.
El paludismo, por ejemplo, probablemente tuvo una influencia más profunda en el desarrollo del mundo que otra enfermedad cualquiera. Dio al traste con la antigua civilización de Ceilán o la isla de los mil nombres, conocida en la antigüedad como Lanka; y tal vez precipitó la decadencia de Grecia y Roma.
Las enfermedades transmitidas por mosquitos siguen devastando en la actualidad. Si bien ha sido posible limitarla a África y a América tropical, la fiebre amarilla continúa matando gente. Asimismo, la filariasis (constituye un grupo de enfermedades parasitarias en el humano y otros animales, y por lo general tropicales, causadas por la infección) y el dengue, aunque rara vez son de muerte, constituyen todavía un serio problema en los trópicos.
La encefalitis (es la irritación, hinchazón o inflamación del cerebro), transmitida también al humano por el mosquito, puede ocasionar la muerte y lesiones cerebrales permanentes. Las aves comunes, desde el cardenal hasta la alondra de los prados, son los principales vectores de la enfermedad. El mosquito la transmite de pájaro en pájaro y también puede pasarla de un ave a una persona. Pocos años hay riesgo de que la gente contraiga la encefalitis, pero cuando abundan los mosquitos (por ejemplo, después de una temporada de fuertes lluvias), las probabilidades aumentan.
La mejor manera de protegerse contra las molestias del mosquito y de la enfermedad que pudiera transmitirnos, estriba en emplear algún ungüento repelente del insecto. Aplicado a la piel, puede trastornar los órganos sensoriales del mosquito cuando se dispone a posarse, lo cual le impedirá picar (al menos, así lo espera uno). La ropa de color claro también puede alejar a ciertas especies del insecto, y los protectores de alambres o plásticos en las puertas y ventanas tienen una excelente protección. Pero es más importante eliminar en los alrededores de casa, y aun dentro de ella, los sitios en que se cría el mosquito.
Maguá Moquete Paredes, ES Periodista, politólogo, analista social.
