
Por: Erika Oviedo (Periodista/Locutora)
El arte siempre ha sido un medio poderoso para la comunicación y la expresión de ideas complejas.
En eventos públicos, se convierte en una herramienta poderosa para comunicar mensajes y celebrar la identidad colectiva de una sociedad. Históricamente, el arte ha jugado un papel central en la humanidad como una forma de expresión cultural, política y social. En un mundo globalizado, esta capacidad se ha magnificado.
Gracias a las plataformas digitales y las redes sociales, artistas de diversas partes del mundo pueden compartir sus obras con una audiencia internacional instantáneamente. Esta universalidad permite que se puedan abordar temas globales resonando con audiencias de todo el mundo. Sin embargo, la delgada línea entre la expresión artística y el respeto por las creencias religiosas plantea preguntas fundamentales sobre los límites de la libertad de expresión y la coexistencia de diversas culturas en un mundo globalizado.
Crear obras innovadoras y, al mismo tiempo, sensibles a la diversidad cultural de su audiencia es un reto que los artistas enfrentan. La creatividad en esta era implica, no solo la exploración de nuevas ideas y formas de expresión, sino también una comprensión profunda de las implicaciones culturales y religiosas de las obras presentadas.
El uso de símbolos y temas religiosos en el arte puede ser particularmente delicado, pues lo que puede ser visto como una expresión artística legítima en un contexto cultural, puede ser interpretado como ofensivo o irrespetuoso en otro. En un mundo ideal, los artistas deberían navegar por esta complejidad, equilibrando su libertad creativa con el respeto por las sensibilidades religiosas y culturales de su audiencia. Sin embargo, resulta casi imposible de lograr por la malévola agenda ideológica que impera en este tiempo y que lo está permeando todo.
En un mundo en que a lo malo se le llama bueno y viceversa, hemos sido testigos de casos que se han destacado por el irrespeto a las creencias religiosas; específicamente a las cristianas. El más reciente fue la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024 donde el uso de símbolos cristianos en sus presentaciones artísticas generó un gran disgusto dentro de los creyentes. Aunque sus organizadores y creativos lo concibieron como una celebración de la diversidad cultural europea, para los cristianos fue una falta de respeto hacia sus creencias.
El núcleo de la controversia surgió a partir de ciertos elementos artísticos propuestos para la ceremonia, donde se incluyó, entre otras cosas, una presentación atrevida, grotesca e irrespetuosa de la “Santa Cena” del artista Leonardo Da Vinci. Estas representaciones artísticas, que debían ser para enarbolar la historia y la cultura europea, fueron una burla al cristianismo.
La función del arte en estos eventos no solo debería ser para entretener, sino también para educar e inspirar. En este caso específico, sus creadores perdieron una oportunidad de oro para resaltar la historia, las tradiciones y los valores de esa sociedad, además de promover el sentido de orgullo y pertenencia.
Estas controversias no son exclusivas de eventos globales. Exposiciones de arte, películas y performances han sido objeto de críticas y protestas pues muchas han cruzado la línea del respeto cultural y religioso. Esto lleva a reflexionar sobre los límites de la libertad de expresión artística.
¿Será posible tener un punto medio entre creatividad y respeto?
Esto es casi imposible, pues quienes exigen respeto por sus convicciones son aquellos más propensos a irrespetar a los demás en nombre del arte, la inclusión y la diversidad.
Al final, Dios no puede ser, y nunca será, burlado. Sin embargo, como cristianos, estamos llamados a afirmarnos en El y a utilizar los espacios en los que hemos sido posicionados para hablar la verdad y traer luz en medio de tanta oscuridad.