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La Lucha de Jacob y la Fidelidad del Mesías

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Por Pastora Marlene Lluberes

La porción de esta semana, nos invita a mirar con atención la fidelidad de Yeshúa (Jesús) y a recordar que Él es nuestra ayuda, nuestro defensor y nuestro escudo protector. Quienes confiamos en Él, quienes le tememos y obedecemos Sus mandamientos, vivimos en seguridad, incluso cuando enfrentamos situaciones difíciles. Nada debe preocuparnos, porque nuestro Dios siempre tiene el control.

En Génesis 32:24–26 leemos que Jacob quedó solo, y un ish —un hombre— luchó con él hasta el amanecer. El texto dice:

“Y se quedó Jacob solo; y luchó un hombre con él hasta que despuntaba el alba. Y viendo que no podía con él, tocó en el encaje de su muslo… Y dijo: ‘Déjame, porque raya el alba’. Y Jacob respondió: ‘No te dejaré si no me bendices.’”

La palabra ish puede referirse a un varón cualquiera, pero también puede designar una potestad espiritual. En este caso, no se trata de un hombre natural, sino de una fuerza enviada por satanás, la misma influencia que desde el principio movió a Esaú a querer matar a Jacob. Este ser espiritual lucha con él durante la noche, pero cuando se acerca el amanecer exige ser soltado.

Aquí aparece una revelación profunda: el Mesías es Shajar, el Alba. Cuando despuntó la luz, la potestad que acompañaba a Esaú y que luchó contra Jacob, tuvo que huir.

Al acercarse el brillo del Mesías, la potestad temió y pidió ser enviada lejos. Era el anuncio de que la luz del Mesías estaba irrumpiendo.

Es crucial entender que quien luchó con Jacob no fue quien lo bendijo. Jacob, percibiendo la presencia del Alba, dirige su clamor hacia Él y dice: “Tú me bendecirás”.

La bendición no procede de la potestad, sino del Mesías, quien se manifiesta en ese momento.

Cuando el ish pregunta: “¿Cuál es tu nombre?”, Jacob responde: “Jacob”. Entonces viene la declaración: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.”

El nombre Israel significa “Dios pondrá un príncipe”. El mensaje es que la guerra espiritual no era contra Jacob en lo personal, sino contra lo que él representaba: el proyecto Israel, cuyo centro es el Mesías.

Satanás odia ese proyecto y lucha contra él, aun sabiendo que está derrotado. Por eso persigue, aunque conoce el resultado final.

Este pasaje es un espejo para nuestra vida espiritual. Así como Jacob luchó toda la noche, nosotros enfrentamos una guerra constante contra principados y potestades. La Escritura lo afirma: nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra fuerzas espirituales de maldad. Y como Jacob, estamos llamados a permanecer firmes, en integridad y obediencia, sin ceder ante las trampas del enemigo.

La potestad que enfrentó a Jacob pudo tocar su muslo, causarle dolor, pero no destruirlo. Lo mismo ocurre hoy: el adversario puede atacar, puede presionar, pero no puede vencer a quienes están en legalidad espiritual, cubiertos por la luz del Mesías. Enfrentarse a un hijo de Dios alineado es enfrentarse al León de la tribu de Judá.

El enemigo siempre planea destruirnos porque somos parte del proyecto de Dios: Israel. Pero sus intentos nunca prosperarán. Como Jacob, debemos resistir, luchar con firmeza y no caer en sus trampas. Tenemos un recurso poderoso: Su Espíritu en nosotros.

Recordemos también las palabras que el Señor dio a Yeshúa: “Sé fuerte y valiente en cumplir mis mandamientos. Nadie podrá hacerte frente todos los días de tu vida… jamás te dejaré ni te abandonaré.”
Ese mismo mensaje es válido para nosotros hoy.

Vivimos en medio de una guerra espiritual continua. Principados y potestades buscan debilitarnos. Por eso no podemos menguar en vigilancia, oración y obediencia. Solo una vida alineada a la Palabra, entendida en los tiempos, consciente de las promesas y anclada en los decretos del Rey de reyes, puede permanecer firme ante los embates de este tiempo.

La luz del Alba, Yeshúa nuestro Mesías, sigue resplandeciendo. Y así como Jacob prevaleció, también prevalecerá todo aquel que permanezca escuchándolo y exhibiendo Su fidelidad.