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CUANDO UNA MUJER PIERDE SU AUTENTICIDAD

Addys Arias
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Por Addys Arias

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Vivimos en una era dominada por filtros: filtros en las redes sociales, en la conducta, en las emociones y hasta en la fe. Mostramos aquello que deseamos que otros vean y, con frecuencia, esa imagen no refleja nuestra verdad interior. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿dónde quedó nuestra autenticidad?

Hay momentos en la vida de una mujer donde los embates del tiempo, las expectativas sociales y el desgaste emocional la llevan a vivir detrás de máscaras. El sistema es exigente y, muchas veces, injusto con el corazón femenino. Así, sin hacer ruido, el alma comienza a apagarse. Ella continúa sonriendo, cumpliendo responsabilidades, sosteniendo y cuidando a otros… pero internamente se desconecta de sí misma.

La autenticidad, esa luz que la hace única e irrepetible, no se pierde de golpe. Se va extraviando en silencios, en pequeñas renuncias y en el esfuerzo constante por encajar.

Ser auténtica no es rebeldía, es identidad.

No es orgullo, es conciencia.

No es ego, es verdad.

Cada mujer fue creada con una esencia singular, diseñada con intención eterna. Sin embargo, existen procesos internos que pueden opacar esa luz.

1. Cuando la voz interior se silencia

La mujer que deja de escucharse comienza a vivir según voces ajenas: opiniones, exigencias, expectativas.

Cuando el peso del “qué dirán” se vuelve más fuerte que la voz de Dios, la identidad empieza a desdibujarse.

La autenticidad nace en el secreto, en ese espacio íntimo donde el alma dialoga con su Creador.

2. Cuando las heridas se convierten en máscaras

Hay mujeres que han aprendido a ser fuertes para no quebrarse.

Pero cuando la fortaleza se convierte en armadura permanente, la sensibilidad se reprime y la verdad emocional se oculta.

La herida que no sana se transforma en disfraz.

Y la autenticidad se marchita cuando la herida gobierna más que la sanidad.

3. Cuando se mira la vida con los ojos de otros

La comparación es ladrona silenciosa:

susurra que lo propio no basta, que lo ajeno es mejor.

Entonces la mujer comienza a imitar, a copiar, a diluirse dentro de sí misma.

Pero Dios no creó duplicados.

Cada mujer es un diseño original del cielo.

4. Cuando se olvida el Origen

La identidad femenina no nace del aplauso, ni del éxito, ni de la apariencia.

Nace del Alfarero que la formó con intención precisa.

Una mujer se pierde cuando se desconecta de Dios.

Y se encuentra cuando regresa a su voz.

El Camino de Regreso:

Restaurar la autenticidad no requiere forzar cambios.

Es un retorno.

Un volver a casa.

Un regreso a:

• La oración que desenreda el alma.

• La Palabra que recuerda quién eres.

• La presencia que limpia lo que la vida ensució.

• El silencio donde Dios vuelve a nombrarte.

“Mujer, yo te conozco por tu nombre.”

— Isaías 43:1

Allí la autenticidad resucita.

Allí el alma vuelve a respirar.

 Cierra tus ojos y declara:

Señor, devuélveme a mi esencia.

Recuérdame quién soy en Ti.

Quita de mí toda máscara, todo miedo y todo ruido.

Hazme volver a mi verdadero rostro.

Ser tú misma es tu acto más sagrado.

No necesitas demostrar nada: ya eres suficiente.

No tienes que ser perfecta: solo auténtica.

Camina con dignidad, con ternura y con fuego.

Camina sabiendo quién eres y a quién perteneces.

Recuerda:

Cuando  una mujer se atreve a ser ella misma,

se convierte en testimonio vivo de gracia, libertad y poder.

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