
Más allá del mérito o la controversia, el premio refleja un mensaje global: el mundo clama por una Venezuela libre, democrática y en paz.

Por Edwin de la Cruz, periodista, abogado
Santo Domingo. -El reciente otorgamiento del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, figura emblemática de la oposición venezolana, ha provocado una intensa ola de debates y opiniones encontradas. ¿Merecía realmente el galardón? Algunos lo celebran como un reconocimiento justo a su lucha por la libertad; otros lo cuestionan por la falta de resultados concretos en la pacificación y la reconciliación nacional. Pero más allá de los argumentos a favor o en contra, este hecho debe verse como un mensaje del mundo a Venezuela: un llamado urgente a retomar la senda de la democracia y la paz.
Machado ha sido, sin duda, una mujer de convicciones firmes y valentía comprobada. Durante años ha encabezado una lucha cívica contra el autoritarismo, enfrentando persecuciones, inhabilitaciones y amenazas. Ha mantenido su discurso en favor de los derechos ciudadanos, de elecciones libres y de la reconstrucción institucional del país. Desde esa perspectiva, el Nobel puede interpretarse como una distinción al coraje de quien persiste en la defensa pacífica de los valores democráticos, incluso bajo las más adversas circunstancias.
Sin embargo, el reconocimiento no está exento de controversias. El Premio Nobel de la Paz tradicionalmente se otorga a líderes o instituciones que han logrado avances tangibles hacia la reconciliación y la convivencia. En el caso de Venezuela, el conflicto político continúa abierto, con una sociedad fragmentada, una economía en crisis y un sistema político que aún no garantiza el pleno ejercicio de las libertades. Por eso, algunos observadores consideran que el galardón tiene más de simbolismo político que de resultado concreto.
Aun así, el poder simbólico de este premio no debe subestimarse. El Comité Nobel, al concederlo, ha querido enviar un mensaje claro: el mundo no ha olvidado a Venezuela. La comunidad internacional está recordando que este país, rico en historia, recursos y cultura, merece un futuro distinto. Un futuro en el que sus ciudadanos puedan elegir sin miedo, vivir sin represión y prosperar sin sanciones que ahoguen su desarrollo.
Venezuela ha sufrido sanciones económicas, bloqueos financieros y una presión internacional sostenida que, si bien busca restaurar la institucionalidad, también ha profundizado las carencias del pueblo. Por eso, este reconocimiento no debe leerse como una victoria personal, sino como una oportunidad colectiva: un llamado a la reflexión, a la responsabilidad política y al diálogo nacional.
Desde mi punto de vista, el Nobel de la Paz a María Corina Machado es una señal del planeta entero. El mundo quiere paz en Venezuela. Quiere reconciliación. Quiere transformación. Este premio es una forma de recordarnos que la democracia no se impone, se construye; y que la paz no se decreta, se conquista con respeto, justicia y participación.
En definitiva, si María Corina Machado merecía o no el Nobel, eso lo dirá la historia. Pero hoy, lo que nadie puede negar, es que este galardón ha puesto nuevamente a Venezuela en el centro de la conciencia mundial. Y ese, más que un premio, es un llamado. Un llamado a la libertad, a la democracia y a la esperanza.
