
Por Addys Arias

Juana de Arco (1412-1431) sigue siendo una de las mujeres que más profundamente marcó la historia de Francia. Nació en Domrémy, un pequeño pueblo en medio de la Guerra de los Cien Años. Desde muy joven afirmó escuchar voces celestiales: San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Estas voces la guiaban con un propósito claro: ayudar al delfín de Francia, Carlos VII, a recuperar su reino.
Apenas con 17 años, logró convencer a las autoridades de permitirle acompañar al ejército francés. En 1429, lideró la liberación de Orleans, un acontecimiento que cambió el curso de la guerra. Luego, acompañó a Carlos VII hasta Reims, donde fue coronado rey, gracias en gran parte a la fe y determinación de Juana. Era temible por su valentía y tenacidad en la batalla, pero, sobre todo, por ser una mujer con esas cualidades en tiempos en los que lo femenino era sinónimo de fragilidad.
De heroína a condenada
El destino de Juana dio un giro trágico. En 1430 fue capturada por los borgoñones, aliados de Inglaterra, y entregada a sus enemigos. Sometida a un juicio eclesiástico manipulado por el obispo Pierre Cauchon, fue acusada de herejía y de vestir como hombre.
El 30 de mayo de 1431, con apenas 19 años, Juana fue condenada a la hoguera en la plaza del Mercado Viejo de Rouen. Traicionada por sus compatriotas y abandonada por su rey, su muerte fue más política que religiosa: Inglaterra buscaba eliminar un símbolo de resistencia.
Una historia que se repite
Seis siglos después, la historia de Juana parece repetirse. Hombres y mujeres valientes, apasionados por sus propósitos de vida, siguen siendo traicionados por la deslealtad de quienes los rodean. Hoy, nuestras “hogueras” son verbales, pero igual de destructivas.
El libro de Santiago 3:6 lo advierte:
“La lengua es un fuego, un mundo de maldad; la lengua está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y es inflamada por el infierno.”
Las palabras tienen un poder inmenso: pueden levantar o destruir vidas, encender esperanzas o apagar sueños. La “rueda” simboliza el ciclo de la existencia; y cuando la lengua se usa para la maldad, se convierte en un instrumento de destrucción.
Entre avances y decadencia
Aunque la humanidad ha alcanzado logros extraordinarios en ciencia, tecnología y comunicación, los valores parecen deteriorarse: la lealtad, el respeto y la verdad escasean cada vez más.
Juana fue víctima de traiciones, silencios y complicidad. Hoy, en medio de las “hogueras modernas”, muchos sufren el daño de lenguas encendidas que destruyen más que cualquier fuego físico. Y esto ocurre a diario, en todos los niveles sociales, religiosos y empresariales.
Un llamado inspirador
La vida de Juana nos recuerda que el verdadero heroísmo no consiste solo en vencer batallas externas, sino en resistir la traición, la calumnia y la deslealtad. Nos invita a reflexionar:
- Las traiciones que llegan a nuestras vidas no hablan de nosotros, sino de quienes las realizan; cada persona actúa conforme a su naturaleza.
- Debemos ser leales a quienes confiaron en nosotros, aunque ellos no lo sean, eso hablará de ti no de ellos.
- Mantenerse firme en nuestras convicciones es la verdadera victoria, incluso cuando somos traicionados.
Juana de Arco no fue recordada por el fuego que la consumió, sino por la fe que encendió en su pueblo. Hoy, en medio de las “hogueras modernas”, el heroísmo sigue siendo resistir la traición, hablar con verdad y vivir con lealtad.
Al final, no son las hogueras las que determinan la historia, sino la firmeza de nuestro corazón.
