
Por. Ynocencio Vargas Encarnación
En la República Dominicana, el tránsito se ha convertido en uno de los mayores males sociales del día a día. Desde Santo Domingo hasta Santiago, el caos vehicular no solo representa una molestia cotidiana para millones de ciudadanos, sino también un síntoma profundo de fallos estructurales, culturales e institucionales. El país enfrenta un problema de movilidad urbana que, lejos de resolverse, parece agravarse con el tiempo.
¿Qué ha fallado en la perspectiva oficial sobre este tema?
En las horas pico, recorrer apenas diez kilómetros puede tomar más de una hora. Motoconchistas zigzaguean entre vehículos, choferes del transporte público violan las leyes de tránsito impunemente y los tapones (embotellamientos) se han convertido en una parte más de la rutina diaria. Mientras tanto, los esfuerzos gubernamentales para solucionar la situación parecen estancados en promesas, estudios inconclusos y medidas mal aplicadas.
Este panorama pone en evidencia una perspectiva fallida: la forma en que las autoridades han abordado el tránsito ignora factores esenciales como la planificación urbana sostenible, la educación vial y el fortalecimiento institucional.
Los dominicanos habíamos cifrado grandes esperanzas con la designación del actual director del Intran, Ingeniero Milton Morrison, por tratarse de un técnico especialista, sin embargo, nos hemos quedado con las perspectivas fallida, dado que no ha pegado una, como dicen los muchachos del barrio.
Sabemos que son problemas existenciales en nuestro país, pues es un tema de una mala cultura que heredamos desde la misma colonización de la isla, pero esta señor fue designado para resolver el caos, no para agigantarlo de tal manera que pareciera este hombre no sabe lo que está haciendo. No hemos visto una medida que haya funcionado, y lamentablemente este gobierno no ha podido con este problema.
El problema del tránsito no nace de la noche a la mañana. Es el resultado de décadas de desorganización urbana, crecimiento poblacional descontrolado, corrupción institucional y cultura de impunidad. Por ejemplo, la falta de planificación en la expansión de las ciudades ha generado barrios sin calles adecuadas, zonas comerciales sin estacionamientos suficientes y vías principales colapsadas sin alternativas viables.
A esto se suma la debilidad institucional. La Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (DIGESETT) enfrenta limitaciones serias en recursos, formación y, en ocasiones, en ética profesional. Es común ver a agentes ignorar infracciones flagrantes o, en algunos casos, participar en prácticas corruptas como la aceptación de sobornos.
Otra raíz profunda del problema es la cultura del irrespeto a la ley. En el imaginario colectivo dominicano, muchas veces manejar de forma temeraria es sinónimo de “viveza” o “astucia”. Esta mentalidad, combinada con una pobre educación vial, genera un entorno de peligro constante donde la vida de conductores, pasajeros y peatones está en juego.
Además, el transporte público es, en su mayoría, informal y desorganizado. Los denominados “carros públicos”, guaguas y motoconchos dominan las calles sin un sistema unificado ni regulado que garantice eficiencia, seguridad ni sostenibilidad. La falta de alternativas modernas y masivas, como trenes urbanos o buses de tránsito rápido, deja a los ciudadanos atrapados en un modelo obsoleto e ineficiente.
Resolver el problema del tránsito en la República Dominicana requiere más que operativos puntuales o campañas de concienciación esporádicas. Es indispensable un cambio de paradigma: pasar de una perspectiva reactiva a una visión estructural, integral y sostenible.
Primero, debe revisarse la planificación urbana. Las ciudades necesitan rediseñarse en función de la movilidad y no al revés. Esto implica construir aceras adecuadas, ciclovías seguras, ampliar y mantener las vías existentes, y conectar zonas residenciales con áreas de trabajo mediante medios de transporte eficientes.
Segundo, se necesita una reforma profunda del sistema de transporte público. Integrar los diferentes modos en un solo sistema gestionado por el Estado —como el Metro, el Teleférico y buses modernos— puede reducir drásticamente la dependencia del transporte informal y mejorar la calidad del servicio.
Tercero, urge una campaña nacional de educación vial desde las escuelas hasta los medios de comunicación. La transformación cultural debe acompañar las políticas públicas, promoviendo el respeto, la cortesía y la responsabilidad en las calles.
Finalmente, es vital fortalecer a las instituciones como la DIGESETT, con recursos, formación y supervisión, eliminando la corrupción y garantizando la aplicación de la ley sin excepciones.
Si el país no cambia su perspectiva sobre el tránsito, seguirá atrapado en un ciclo de caos, pérdidas económicas y tragedias humanas. La solución está al alcance, pero exige voluntad política, compromiso ciudadano y una mirada clara hacia el futuro.
Con el ingeniero Morrison el presidente intentó calmar el descontento generado por la red de corrupción, que se destapó con la llegada de quien se creía ser el mago que resolvería el infierno que tenemos como tránsito en este país Hugo Beras, pero lamentablemente el presidente debe estar como estamos todos los ciudadanos de este país totalmente desfraudado, ninguno de los directores que ha designado, han pegado una.
Seguiremos con las perspectivas fallidas.
