
Otto Mañón
Salomón, el hombre más sabio del mundo, hizo lo que muchos solo soñamos: experimentó el placer sin límites. Probó la risa, el vino, las riquezas, los proyectos faraónicos, los placeres sensuales, la acumulación de conocimiento, la música, el arte, el poder. Y al final de todo, en una exhalación de frustración, nos deja su veredicto: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” (Eclesiastés 1:2)
Es interesante notar que Salomón no vivió como un hedonista irreflexivo; su búsqueda del placer fue metódica. Como bien señaló el pastor Sugel Michelén durante una entrevista en el programa “De la Biblia a la Vida” coordinada por la Coalición por el Evangelio. Este no fue un experimento descontrolado, sino una investigación rigurosa. Salomón quería saber si la vida debajo del sol tenía sentido sin Dios. Y la conclusión fue devastadora: todo placer humano sin Dios es un pozo sin fondo.
Podemos ver esto reflejado en la cultura actual, donde la sociedad ha puesto al placer en el centro de su existencia. La obsesión con el entretenimiento, el consumo desmedido, la búsqueda de experiencias nuevas y extremas, el ansia de riqueza, la idolatría de la imagen personal y el narcisismo desenfrenado han llevado a la humanidad al mismo vacío existencial que enfrentó Salomón.
Los jóvenes se aburren más rápido que nunca porque el placer sin propósito se agota. El dinero nunca es suficiente porque la codicia no tiene fin. La fama es una droga que nunca satisface porque siempre hay alguien más famoso. La política sin principios es un juego sucio que nunca tiene un ganador moral. El engaño del placer no ha cambiado, simplemente ha tomado nuevas formas. ¿Qué hacemos con el placer? ¿Rechazarlo? ¿Santificarlo?
El error no está en el placer en sí. Como dice Sugel Michelén, Dios es el inventor del placer. Nos dio sentidos para disfrutar la comida, la risa, el amor, la música, la compañía de amigos, la satisfacción del trabajo bien hecho. Pero cuando el placer se convierte en el fin en sí mismo y sustituye a Dios, se convierte en un tirano cruel. Salomón no nos está diciendo que vivamos en una cueva, sino que entendamos que todo placer fuera de Dios es efímero y vacío.
Eclesiastés 2:24-25 lo expresa de forma magistral: “No hay cosa mejor para el hombre que comer y beber, y que su alma se alegre en su trabajo. Yo he visto que esto también es de la mano de Dios. Porque, ¿quién comerá, y quién se alegrará, sino es por él?”
Aquí está la clave: cuando Dios es el centro, el placer tiene sentido. Cuando Dios está ausente, el placer se convierte en una adicción insaciable que nos devora. Pablo refuerza esta idea en 1 Timoteo 6:17: “A los ricos de este siglo mándales que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.”
El cristiano no está llamado a rechazar el placer legítimo, sino a recibirlo con gratitud, sabiendo que la fuente del gozo verdadero no es la riqueza, ni el poder, ni la fama, ni el entretenimiento, sino Dios mismo.
De Salomón a nuestra realidad política: La trampa de los placeres políticos
Y aquí es donde aplicamos este principio a nuestra realidad política y social, especialmente en la “Republica Dominicana” y en todo el mundo. Así como Salomón cayó en la trampa de buscar sentido en lo efímero, hoy vemos gobiernos, ideologías y sistemas políticos que venden espejismos de placer y bienestar, pero terminan dejando a la gente vacía y esclavizada.
Los políticos progresistas prometen un paraíso de igualdad, pero lo único que reparten equitativamente es la miseria. Los populistas venden sueños de prosperidad, pero luego despilfarran recursos en corrupción y megafraudes. Los líderes que exaltan el “amor y la tolerancia” usan esos discursos para aplastar la libertad y silenciar a los que piensan diferente. La trampa es siempre la misma: “Confía en el sistema, te daremos todo lo que necesitas para ser feliz.”
Pero la historia nos ha demostrado que cada vez que el gobierno se convierte en el proveedor supremo, termina siendo el tirano supremo. Nos han convertido en mendigos de un Estado paternalista que nos da migajas para callarnos, mientras la élite disfruta de los festines reales. Los políticos progresistas y socialistas son los modernos Salomones sin Dios. Construyen sus propios “edénes” de placer personal mientras el pueblo sigue en la pobreza, la inseguridad y la desesperanza. Venden circo y pan, pero el circo es grotesco y el pan está racionado.
La misión del cristiano en la política: ¡No somos zambá de nadie!
Aquí viene la aplicación: el cristiano no puede ser un espectador pasivo de esta farsa. Nos han dicho por siglos que “la política es sucia” y que “los cristianos no deben meterse en eso”. ¡Mentira! Esa es la excusa perfecta para que los impíos sigan gobernando sin resistencia. No estamos llamados a ser esclavos de un sistema corrupto. Somos la sal de la tierra y la luz del mundo (Mateo 5:13-16). Somos el freno moral que impide que la sociedad se hunda en el fango de la decadencia.
Cuando los cristianos nos retiramos de la política, ¿qué pasa? Los impíos la toman por asalto y nos imponen sus agendas inmorales. Cuando los cristianos nos retiramos de la educación, ¿qué pasa? Nos llenan las escuelas de ideología de género, relativismo moral y adoctrinamiento anticristiano. Cuando los cristianos nos retiramos de los medios de comunicación, ¿qué pasa? Los medios se convierten en voceros de la mentira, la perversión y la manipulación.
Es por eso por lo que la lucha política no es opcional para el cristiano. No es un campo “secular” donde no debemos meternos. Es un campo de batalla espiritual donde las tinieblas han avanzado porque la luz se ha escondido. Y si alguien duda de esto, recuerden lo que dijo Dios a Josué antes de entrar en la tierra prometida: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:9)
Esto no es tiempo de cobardía. No podemos seguir dejando que los corruptos nos gobiernen sin oposición. No podemos seguir creyendo la mentira de que la fe es algo “privado” que no debe influir en la sociedad. No podemos seguir permitiendo que nos roben el futuro mientras nos conformamos con migajas de placer barato.
La batalla no es solo por nuestra comodidad. Es por nuestras familias, por nuestra nación, por nuestra libertad y, sobre todo, por la gloria de Dios. Es hora de que los cristianos despierten. Es hora de que nos levantemos como un muro contra la corrupción, el engaño y la decadencia moral.
Que la historia no nos encuentre como simples observadores, sino como guerreros de la verdad. ¡Esforcémonos y seamos valientes!
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Otto Mañón es pastor de Iglesia Casa de Bendición Inc., Marietta, GA, freelancer comunicador, miembro de la Coalición Dominicana de Atlanta Georgia y ex editor de los medios hispanos de Pennsylvania Esperanza Comunitaria, Acento Hispano News y @tiempo news.
