Nunca deja de ser doloroso recibir noticias sobre el terrible accionar de personas que se han hecho llamar pastores, en contra de quienes en ellos han confiado.
¡Qué triste es quitarle el peso a Dios! Pensar en obtener satisfacciones carnales, a través del ejercicio de la maldad, es aborrecible. Hablar en nombre de Dios, sin tener una vida que imite a Jesús, que muestre su carácter, es inadmisible.
No se les debería olvidar a quienes tienen apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella, que Él vuelve y que será en ese momento, donde toda obra será juzgada.
Sin embargo, acciones erradas, producto de corazones no transformados, no pueden llevarnos a considerar a todas las autoridades religiosas como falsas y engañosas.
Sí existen personas que caminan en integridad, que no se doblegan ante los apetitos de la carne. Personas que, habiendo sido sometidas por Dios a experiencias difíciles, para, en medio de ellas, ser transformadas y llegar a ser vasijas de honra, usadas por Él, para bendecir a otros y encaminar a muchos hacia la eternidad.
Hombres y mujeres que han obtemperado al llamado de Dios, dispuestos a caminar en el debido proceso, y a ser instrumentos escogidos, como representantes del Reino de los cielos en esta tierra.
Dirigentes de congregaciones donde se enseña la verdad, la palabra pura, que confronta, que llama al arrepentimiento, a volverse al Dios vivo, y donde no se dedican a alimentar las emociones, como una búsqueda ambiciosa de retener a quienes a ellas asisten.
Nuestra permanencia en esta tierra es efímera, más de lo que imaginamos. Somos peregrinos y extranjeros en este mundo. Para caminar de la manera correcta, en tanto Jesús vuelve, necesitamos de guías espirituales que nos afirmen a través de la enseñanza de la Palabra.
Recordemos siempre que también hay líderes íntegros, que por su fruto son conocidos.
