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Cocaína: Dimensión del reeducado en la drogodependencia

Maguá Moquete Paredes
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Maguá Moquete Paredes (maguamoqueteparedes@gmail.com)

En las marcas de sustentaciones analíticas y continuadas de los psiquiatras o psicólogos clínicos, llaman prognosis fatalis, o diagnóstico de muerte inminente. Esta evaluación se fundamenta en tratamientos previos fallidos, sugiriendo que, si el paciente es dejado a su libre albedrío, podría desarrollar dependencia de drogas, deteriorarse continuamente, y convertirse en un delincuente crónico y experimentar crisis psicóticas agudas que podrían llevarle a situaciones trágicas.

Hace algunos años, muchos consumidores de cocaína presentaban una disposición depresiva, con frecuencia provenían de hogares inestables o destruidos. Actualmente es por completo diferente. Ahora, provienen de todos los sectores sociales: ricos, pobres, educados, iletrados, de familias felices o infelices. Hasta ahora, sabemos que la cocaína atrapa de igual modo a los adolescentes que a los adultos. La cocaína atrae a todo tipo de gente y no distingue entre cerebros diferentes.

El cerebro es, de todos los órganos del cuerpo, aquél en el que el principio de homeostasis es una propiedad de los organismos que consisten en su capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior (metabolismo). Se trata de una forma de equilibrio dinámico que se hace posible gracias a una red de sistemas de control realimentados que constituyen los mecanismos de autorregulación de los seres vivos. Por consiguiente, la estabilidad en la composición química de su medio interno, es un fluido en el que están inmersas miles de millones de neuronas, y es la propia condición de su actividad coherente…

“Pero la cocaína altera el reciclado de las sustancias secretadas por las células cerebrales para transmitir un flujo normal de mensajes coherentes. Este maravilloso desempeño autorregulante del cerebro, que descansa en su reconversión interna, es primero alterado y después destruido por la cocaína”.

La naturaleza ha hecho del cerebro un mecanismo tan complicado, que la manipulación química del cerebro parece condenada al fracaso. Una expresión balanceada de las funciones intelectuales y emocionales del cerebro sólo puede ocurrir en un medio cerebral con una composición delicadamente regulada por la renovación cíclica de sus neurotransmisores.

Por lo tanto, el sustento de los análisis permanentes en el adicto indica que la única forma de tratar la adicción a la cocaína es a través de la purificación del cerebro, permitiendo que vuelva a funcionar sin la droga. Sólo una abstinencia completa puede restaurar el balance adecuado del medio interno requerido para un continuo desempeño cerebral normal.

La presencia de una memoria afectiva asociada al uso de la cocaína explica por qué a un adicto rehabilitado nunca puede ser considerado como «curado«, ya que no será capaz de consumir esta droga nuevamente sin volver a su adicción. Lo mismo puede decirse de otras drogas adictivas como los opiáceos, y aun del alcohol o el tabaco.

Todas las experiencias individuales están impresas en el cerebro en forma de recuerdos que, considerados en su totalidad, determinarán la personalidad de cada individuo y en gran medida su conducta. Ciertos recuerdos evocan sensaciones placenteras que pueden incluso remontarse a muchos años atrás. Uno de los mejores ejemplos de tales reminiscencias profundas es lo que narra Marcel Proust, fue un novelista y crítico francés, cuya obra maestra, la novela: En busca del tiempo perdido, constituye una de las cimas artísticas y literarias del siglo XX, donde dice con claridad meridiana que «la cocaína marca al cerebro con un recuerdo impreso bioquímicamente, llamado impronta que no puede ser borrado».

Podemos recordar que la fragilidad del balance de las regulaciones del cerebro fue descrita hace ciento cincuenta (150) años por el psiquiatra francés Jacques-Joseph Moreau:

La cocaína distorsiona el juego natural de las regulaciones cerebrales básicas, que dependen de una reutilización normal de las sustancias químicas producidas por el cuerpo para mantener un funcionamiento cerebral coherente. Afectadas por cinco (5) drogas. Estas sustancias naturales alcanzarán un nivel tóxico que evita la expresión de la mente racional. Por sus efectos dañinos del delicado y fino balance de las regulaciones cerebrales, la cocaína «provocará las creencias erróneas que todos albergan por su uso permanente».

En el cerebro hay un nuevo régimen bioquímico e imprimiendo un recuerdo dominante que desplaza a todos los demás recuerdos. La cocaína establece patrones de conductas orientadas únicamente a la autogratificación indeterminable.

La presencia en una sociedad amplia de individuos irremediablemente adictos a la cocaína es incapaz de ejercer su predestinación, lo que dará como resultado efectos sociales dañinos, como se ha documentado mediante estudios y la propia historia de la ciencia epidemiológica.

Maguá Moquete Paredes, es Periodista, politólogo, analista social.