
En múltiples ocasiones, aun teniendo el conocimiento, nos olvidamos de las promesas que Dios nos ha dado.
Es así, como renunciamos al poder plenipotenciario que se nos ha sido conferido, por ser embajadores del Reino de los cielos.
Esto no solo pasa en este tiempo.
Grandes hombres de Dios, en algún momento, entraron en este “blackout” espiritual:
Abraham se rio, al escuchar que tendría un hijo con Sara y le pidió a Dios que considerara a Ismael.
Lo mismo le pasó al sacerdote Zacarías, cuando el mensajero le anunció que tendría un hijo:
¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer avanzada en días. (Lucas 1:18)
Se olvidó de ser luz, perdió la visión.
Por un instante, estos hombres no entendían que, lo que Dios les prometía era parte sustancial del propósito de sus vidas.
Pero en cada uno de estos casos, la duda fue momentánea.
Por eso debemos luchar. Viene el ataque de la duda, pero de inmediato lo sometemos a las Escrituras.
Debemos asumir la verdad como un ancla en nuestro interior, para que nuestra vida espiritual no sea infructuosa.
Imitemos la actitud de Abraham, quien llegó a mostrar la fidelidad, esforzándose en permanecer dentro de la promesa, manifestando el peso de Dios, convencido total y absolutamente en que Él tiene el poder para hacer realidad todo lo que había prometido.
Renunciemos al doble ánimo, que lleva a la inconstancia y a la falta de comprensión plena de la Palabra, entendiendo que, cuando llegan los imprevistos, no tenemos por qué temer, ya que nuestro Dios está en control de todo.
Tengamos muy pendiente la Palabra que Moisés habló al pueblo, de parte de Dios:
Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estaos quietos, y ved la salvación del Señor, que él hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. (Éxodo 14:13)
Todas las cosas pasan. Solo la Palabra de Dios permanece. No podemos olvidarlo.
Si somos luz, podemos caminar viendo al invisible.
Si Su Reino es inconmovible y somos embajadores de ese reino, ¿por qué dudamos?