Marlene Lluberes
En el libro el profeta Zacarías, en el capítulo cuatro, podemos leer la conversación tan reveladora que él sostuvo con un mensajero de Dios:
“Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: Miré, y he aquí un candelero todo de oro, con su depósito sobre su cabeza, y sus siete lámparas encima del candelero; y siete canales para las lámparas que están encima de él; y sobre él dos olivos, el uno a la mano derecha del depósito, y el otro a su mano izquierda.
Y hablé y dije a aquel mensajero, que hablaba conmigo, diciendo: ¿Qué es esto, Señor mío?
Y el ángel que hablaba conmigo respondió, y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, Señor mío. Entonces, respondió y me habló, diciendo: Esta es Palabra de Dios a Zorobabel, en que se dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi poder, dijo Adonay Tzva’ot.
¿Quién eres tú, oh gran monte delante de Zorobabel? Serás reducido a llanura”.
Al leer esta esta porción, llegó a mi memoria el verso de Mateo 24:35:
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
¿Por qué? Porque este candelero representa a Jesús y, los dos olivos, la palabra dada por Dios, a través de Moisés y la que impartió por medio a los profetas, como una muestra clara de que
Solo Él, por su Espíritu, nos enseña a cumplir su palabra, para que, seamos luz, mostrando el debido proceso, en todas las áreas de nuestras vidas.
No es con nuestras fuerzas, es con su poder, que podemos vencer las tentaciones, el pecado y todo lo que quiera adversar Su Santidad.
Es conociendo y poniendo por obra la instrucción por Él dada, que seremos triunfadores.
“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi poder, dijo el Señor de los Ejércitos”.
Ese poder, que se nos otorga cuando Jesús nos escoge y nos distingue, de en medio de la multitud, se manifestará, cuando activemos su forma de pensar y de actuar.
De igual manera, será evidente cuando, al atravesar momentos de dificultad, estos se conviertan en el perfecto escenario, para permanecer siendo testigos de la verdad, en tanto esperamos al Gibor (fuerte guerrero), al que derriba al caballo y al jinete, cuando nos persiguen, manifestarse.
Por su Espíritu, sin duda alguna, podemos perseverar en el temor de Él y no alejarnos, trampa en la que podemos caer, al entrar en quejas, en lamentos y en amarguras. También, al tratar de encontrar soluciones con nuestras propias fuerzas, o dejándonos llevar del consejo de aquellos, que no tienen la mente de nuestro Mesías.
Es necesario que asumamos la actitud de verdaderos guerreros y nos afirmemos con las armas que nos han sido dadas, que son poderosas en Dios, para destruir fortalezas.
Que sea ese tiempo, el momento idóneo para declarar, plenamente convencidos de que es Dios mismo quien pelea a nuestro favor:
“¿Quién eres tú, oh gran monte delante de mí? Serás reducido a llanura, porque Adonay Tzva’ot conmigo está, como guerrero invencible”.