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Sáname, y seré sano; sálvame, y seré salvo, porque tú eres mi alabanza

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Marlene Lluberes

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En ocasiones, empezamos a considerar cosas adquiridas, metas logradas, relaciones familiares o de pareja, como un tesoro, las importantizamos, hasta el punto de pensar que no podemos vivir sin ellas.

Esto, no nos sucede solo en este tiempo, sino que así le pasó al pueblo de Judá, en tiempos del profeta Jeremías, siendo un hecho fundamental, para que terminaran cautivos en Babilonia.

En tal sentido, en el libro de Jeremías, en el capítulo 17, vemos al Todopoderoso decir:

¡Mi montañés! En el campo son tus riquezas; todos tus tesoros daré a despojo, por el pecado de tus lugares altos en todos tus términos (Jeremías 17:3).

Definitivamente, cuando colocamos en el lugar errado, cualquier cosa o persona, nos convertimos en idólatras y, si somos del Señor, Él hará lo necesario, para que volvamos en sí y dejemos de atesorar para lo vano, para lo efímero y lo hagamos para lo eterno.

Eso pasó con el rey Nabucodonosor; se creyó tan y tan grande, dueño de muchos tesoros y, para que volviera en sí, Dios le permitió un tiempo de locura, para que luego, pudiese decir:

“Cuando se cumplió el tiempo, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al cielo. Recuperé la razón, alabé y adoré al Altísimo y di honra a aquel que vive para siempre. Su dominio es perpetuo, y eterno es su reino” (Daniel 4:34).

A partir del verso cinco, de este capítulo diecisiete, del profeta Jeremías, podemos percibir el pensamiento de Dios, al respecto, con mucha mayor claridad: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor; pues será como la retama en el desierto, y no verá cuando viniere el bien; sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra salada y deshabitada.

Bendito el varón que se fía en Dios, y cuya confianza es Dios.

Porque él será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viniere el calor, y su hoja será verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de hacer fruto.

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?

Yo soy YHWH, que escudriño el corazón, que pruebo los riñones, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. ¡Oh esperanza de Israel! Señor, todos los que te dejan, serán avergonzados; y los que de mí se apartan, serán escritos en el polvo; porque dejaron la vena de aguas vivas, al Señor”.

Es tiempo de que vayamos cediendo más y más, a la voluntad de Jesús, purificando nuestras motivaciones, nuestros pensamientos y nuestro accionar, para ser mejores imitadores de Él.

Ya hemos recibido el Espíritu de Santidad (Ruaj Haqodesh). Su poder, Su mente está en nosotros, para lograrlo. No procrastinemos más.

Determinémonos a derribar los ídolos, aquellas cosas de las cuales pensamos que, de no existir, no permaneceríamos.

Decidamos sin dilación, considerar a nuestro Dios, y a la esperanza eterna, que nos ha dado, como lo único sin lo cual, no podríamos seguir hacia delante.

A Él, digámosle hoy: Sáname, y seré sano; sálvame, y seré salvo, porque tú eres mi alabanza.

 

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