Marlene Lluberes
En múltiples porciones de la Escritura, el Señor nos muestra la importancia del sacerdocio y la manera en que es necesario ejercer las funciones que corresponden, a tan alta distinción.
Podemos apreciarlo desde el testamento de los antiguos, a través del sacerdocio de los levitas, hasta el pacto innovado o nuevo pacto.
En el ejercicio de esta función, era indispensable enseñar al pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano y a discernir entre lo ordenado y lo desordenado.
Esta encomienda no ha cambiado en nuestros días.
Si bien es cierto que, ya no pertenecemos a la orden de Aharón, no es menos cierto que, seguimos siendo sacerdotes, pero, ahora, de la orden de Melquisedec, ya que nuestro Mesías, Jesús, nos ha convertido en sacerdotes del pacto que vino desde arriba.
Sin duda alguna, ser sacerdotes del Dios Altísimo es una gran responsabilidad.
Jesucristo es nuestro gran Sumo Sacerdote. Cuando la cortina del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, se nos concedió el acceso al lugar de la santidad.
Ahora, somos sacerdotes con la encomienda de proclamar el reino de los cielos.
Y, al igual que ayer, Dios nos demanda una vida distinguida. Que mostremos, en toda nuestra manera de vivir, que hemos sido transformados a Su imagen, que hay un peso de Él, en nosotros.
Al leer 1 de Pedro 2, podemos apreciarlo con mas detalle, ya que nos insta a que, habiendo dejado nuestra antigua manera de vivir, seamos edificados como una casa espiritual, como sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesús el Mesías, es decir que, nuestras vidas deben ser conforme a la Palabra, de manera integral, para poder agradar a Dios.
En todo momento, debemos tener presente que somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, para mostrar las virtudes de aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.
Ahora somos luz, en el ejercicio de nuestro sacerdocio, porque imitamos a nuestro Maestro.
Con esta conciencia debemos asistir a las urnas este domingo, habiendo analizado con mesura, la forma de pensar de cada uno de los candidatos, a los diferentes cargos electivos.
Recordemos que nuestro voto representa el pensamiento de Dios, no el de los hombres, que se ha corrompido por la liberalidad de criterios,
existente en este tiempo.
Seamos fieles al señor, a nuestra identidad, a nuestra función y a la distinción que Dios nos ha hecho, habiéndonos escogido para formar parte de Su pueblo.
Que nuestro voto diga ¡No! a lo que Dios dice ¡No!