En el mes de octubre del año 2023, me topé en un supermercado a la hora de almuerzo con un pastor de una iglesia de cierta importancia de la ciudad de Santiago, y le comuniqué mi postulación al cargo de alcalde del municipio cabecera de la provincia. Este me dijo inmediatamente que no me apoyaría porque yo no lo consulté para lanzarme como candidato. La pregunta subyacente era si los otros candidatos o específicamente, si el que éste estaba comprometido a apoyar, lo había consultado también para su candidatura. En realidad, nunca lo consultaría, dado que ese como los demás candidatos no eran cristianos. La decisión del pastor estaba basada posiblemente en la cercanía al candidato de su preferencia, o que, a través de un miembro de su iglesia o un familiar, tiene un enlace con el gobierno de turno para obtener fondos para su iglesia y no a la sumisión de su conciencia como predicador, a la fe de Cristo.
Mi intención con este artículo no es tomar un látigo y repartir fuetazos a diestra y siniestra a los mercaderes de los templos, sino ventilar los compromisos antibíblicos con el reino de este mundo de algunos de nuestros líderes.
En teoría, las iglesias son una fuente de votos moralmente muy influyente. Esto fuera así siempre y cuando los líderes de las iglesias se abstuvieran de apoyar candidatos por intereses personales y definieran un perfil de los políticos que se merecen el favor de los santos con los requisitos establecidos para un gobernante en la Palabra de Dios.
Es lamentable que se inclinen votos hacia los políticos solo porque estos sean las autoridades de turno aun cuando estos renieguen de aspectos fundamentales de la doctrina cristiana consagrados en la Biblia, la cual dice claramente cuales deben ser elegidos y cuales no.
El enajenamiento de votos hacia los candidatos oficiales es inevitable en nuestro país debido a que los programas sociales del gobierno ayudan a millones de dominicanos que reciben alegres los beneficios de esos programas y, los pastores ven aliviada su carga cuando su rebaño a través de sus gestiones es tomado en cuenta para recibir bonos o cuando el presupuesto de su iglesia crece, por medios que son lícitos pero cuestionables éticamente, al recibir recursos bajo compromiso electoral para la construcción, remodelación y equipar o amueblar sus templos.
Es de condenar si un pastor recibe bajo condición de intercambio proselitista una vivienda, una pensión privilegiada, una exoneración de vehículo personal o de transporte para las actividades de la iglesia, o también una ofrenda o donación directa de un político, no importando si tiene buena o mala reputación; o es corrupto, lavador de activos, está vinculado al narcotráfico, es rifero, pedófilo, proaborto, comulga con las agendas antibíblicas, niega la fe, los valores de la nación o es hasta ateo o blasfemo.
La recepción de estas prebendas pretende ser ocultada a veces bajo la sombrilla de las asociaciones de pastores las cuales no son parte organizacionalmente de las iglesias que pastorean, pero que sirven de canal de desvío para el caudal de añadiduras que les reporta el activismo político.
Existe una gran cantidad de votantes en las iglesias que, aunque conocen la verdad, no están verdaderamente libres para sufragar, incluso es frecuente encontrarse con hermanos en la fe que, por la confusión que le inducen sus líderes al proponerles opciones anticristianas, prefieren no votar.
El panorama anteriormente descrito apunta a que un candidato cristiano tiene poca posibilidad de conseguir suficientes votos para ser electo en su propia comunidad de fe, debido a que es como si pescara en una pecera.