
Marlene Lluberes
Muchas veces, percibimos a nuestros seres amados tan lejos del Señor, que el desánimo nos invade, hasta llegamos a pensar que ya no habrá nada que hacer.
Sin embargo, en Ezequiel 37 se nos presenta la visión que tuvo el profeta, sobre unos huesos que estaban secos, en gran manera, que nos devuelve la esperanza.
Humanamente, no había posibilidad de que tuvieran vida, sin embargo, nuestro Dios había tomado la decisión de que los llenaría de Su poder, de Su Espíritu.
En esta visión, Ezequiel pudo ver cómo, cada hueso, se acercaba a su hueso, vio nervios sobre ellos, la carne subir y la piel cubrir, por encima de ellos.
¡Asombroso!
Luego, el Espíritu de la santidad, penetró a estos huesos y estuvieron sobre sus pies.
Fue entonces cuando escuchó al Señor, decirle:
Hijo de hombre, todos estos huesos son la Casa de Israel. He aquí, ellos dicen: nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza.
Por tanto, profetiza, y diles: Así dijo Adonay: He aquí, yo abro vuestros sepulcros, y os haré subir de vuestras sepulturas, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel.
Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y yo os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo, Adonay, hablé, y lo hice, dijo Adonay. Ezequiel 37:11-14
Sin duda, podemos vivir con la esperanza de que también, los nuestros, vendrán a la vida.
Pero, no podemos dejar de lado el hecho de que nuestro testimonio es relevante para ello.
Es una obligación innegociable, dar evidencia de que, antes, estábamos en tinieblas y ahora somos luz, porque Jesús vino a la tierra y entregó Su cuerpo en la cruz, para volverlo a tomar, resucitando de entre los muertos, ascendiendo a los cielos como el Precursor y luego, enviándonos Su poder, para que, con él, podamos vencer el pecado y caminar en cumplimiento de Su voluntad.
¡Qué gran responsabilidad tenemos de valorar ese regalo!
Debemos mostrar, cada día, la muerte al yo, a la carne, para que el carácter de Jesús sea exhibido, a través de nuestra forma de pensar, de actuar, de hablar…
Es la única manera de responder a esa incomparable obra de amor.
Se trata de sostener una conducta santa, diferente a la de quienes no son pueblo escogido.
¡Gracias Adonay por ser nuestro Dios y convertirnos en tu pueblo!
Un pueblo que cada día te espera, porque sabe que esta vida es efímera y momentánea, que somos peregrinos y extranjeros y que lo más importante, lo que ojo no vio ni oído oyó ni ha entrado a nuestros corazones, está reservado para cuando estemos junto a Él, en la eternidad.
¡Vale la pena atesorar aquí, para cuando llegue ese momento crucial!
Ora al Señor, para que todo lo que hasta ahora te ha impedido hacerlo, sea removido.
Que puedas exhibir fidelidad, cada día y, al hacerlo, quienes te rodean vean la diferencia en tu carácter y se despierte en ellos la necesidad de buscar del Señor.
Estamos en un tiempo de liberación. Levantemos el sacrificio de nuestro Mesías, delante de cada situación, y empecemos a disfrutar ahora, la vida abundante que conquistó para nosotros. No tardemos más.