Inicio EvidenCristianas Preservemos la pureza familiar / Marlene LLuberes

Preservemos la pureza familiar / Marlene LLuberes

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Vivimos el tiempo del “empoderamiento” de la mujer, tal y como ocurrió en Éfeso, a raíz de la adoración a la diosa Diana. Es por esto que, hoy vemos tantos hogares disfuncionales, donde le egoísmo, el individualismo  y la competencia son características evidentes.

Como ayer, hoy, nos es necesario escuchar qué dice la Palabra al respecto.

El apóstol Pablo, en aquel momento histórico, se pronunció con las siguientes palabras: “Las mujeres a sus propios maridos subordínense, como al Señor”. Efesios 5: 22

Retomemos esta instrucción. Es necesario que los miembros de la familia  vuelvan al debido proceso y, tanto el esposo, como la esposa, desempeñen el rol que les corresponde.

Cuando Eva pecó, Dios llamó a Adán primero, no llamó a la mujer. Era quien tenía la autoridad y, por tanto, la responsabilidad.

De igual manera, vemos en Génesis 3,  que el varón  ejercería gobierno sobre la mujer.

¿Qué significa esto?

Que el hombre, sujeto a Dios, tiene la capacidad de marcar la salida y la entrada de las cosas.

La mujer le puede hacer ver algo, de lo que no se haya percatado, como en el caso de Sarah con Abraham, cuando se inició la problemática con Agar. Ella se lo planteó a su esposo, pero dijo:

“juzgue Dios entre tú y yo”, porque la decisión tenía que ser tomada por Abraham, como cabeza.

No puede evadirse la autoridad del esposo,

porque la mujer no esté de acuerdo o esté convencida de que tiene la razón.

Esta debe dejar que el hombre se entienda con Dios.

Es cierto que, una mala decisión puede traer consecuencias, pero es en ese momento, donde debe entrar en juego la soberanía de Dios, habiendo entendido que esa subordinación es por Su causa.

La mujer, en caso de desacuerdos, debe orar por su esposo, respetar la determinación que este haya tomado, y estar tranquila, porque el varón es cabeza de la mujer, como también Jesús es la cabeza de la congregación.

El hombre, por su parte, debe imitar Jesús. Como Él, que vino a salvar su pueblo, debe empezar por salvar a su mujer, es decir, cuidarla, ampararla, protegerla; así se  respeta el orden divino.

El ejercicio del amor es la ejecución de la voluntad divina, desinteresadamente, de esa forma debe amar el esposo a su esposa,  honrarla y distinguirla, ayudándola en su crecimiento integral, manteniendo la pureza familiar, respetándola en todos los aspectos.

Ambos, deben entender que ya no pueden seguir siendo independientes, ahora están al lado, uno del otro, con un proyecto de vida a ejecutar, sosteniendo a través del tiempo, la compatibilidad con Dios.

Conocedores de que, tanto el hombre como la mujer, estan bajo la gracia, deben moverse en el temor del Señor. Por lo tanto, no pueden faltarse el respeto, levantarse la voz, pronunciar palabras hirientes, actuar por venganza, ser sarcásticos…

Es hora de  revisar cada uno su papel, para que puedan preservar la pureza familiar.

Nuestra nación necesita hogares fundamentados en la verdad, que sean un estandarte de justicia y de amor.

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