
Cuando fui a visitar aquel centro para la atención de personas con discapacidad, lo primero que me sorprendió es que me recibiera una persona con una discapacidad y que formara parte del equipo directivo. Bienvenido, me dijo, me llamo Carmen y estamos encantadas de recibirle. Si le parece bien, me ocuparé de guiarle.
Primera reflexión: existen leyes que obligan a las empresas e instituciones a contratar a un número de empleados con discapacidad, pero más importante es que es un deber ético y solidario del que deben dar ejemplo las propias organizaciones e instituciones que trabajan con la discapacidad. No solo contratando a personas con discapacidad sino incluyéndolas en labores de coordinación y dirección. Esto se hace extensible a los propios usuarios y familiares. También deben aportar sus opiniones de forma efectiva.
Aquella no sería mi primera sorpresa. La segunda tenía que ver con el tamaño del lugar. Era un edificio pequeño y se lo comenté a Carmen. Ah, me respondió, es que este es solo nuestro centro de recursos. Aquí no vienen las personas con discapacidad ni los familiares. La atención se imparte en los sectores y barrios de la ciudad. Me pareció interesante que supiera esto desde el principio. Nuestro objetivo es atender a las personas en su propio entorno, no solo para no evitarles atravesar esta imposible ciudad y agotarlas aún más con el ruido y los tapones, sino porque nuestra intervención es más profunda si trabajamos en el medio natural y cotidiano donde se desenvuelve la vida de las personas. Somos nosotras quienes nos desplazamos.
Segunda reflexión: Lo pequeño es hermoso…y más útil, aunque suponga menos rédito de imagen política y saque a los profesionales de la salud de su zona de confort.
Después recorrimos varios de estos centros ubicados, como me había informado Carmen, en diferentes sectores residenciales y barrios de la ciudad. Y continué sorprendiéndome porque…no había nadie en los pasillos, aunque —como me explicó Carmen— las salas y despachos estaban en plena actividad. ¿Vienen solas al Centro las personas con discapacidad? Bueno, algunas sí – me explicó – porque los centros están en el lugar donde viven, pero los usuarios normalmente son acompañados por padres o tutores. También asisten maestras y maestros. ¿Pero…dónde están todos estos acompañantes? – Le pregunté, ante mi sorpresa porque no había gente en las salas de espera. Oh, me respondió, pues en las sesiones. Nuestro objetivo es que las familias conozcan recursos para que ellas puedan acompañar mejor a sus hijos en casa, y en el caso de las maestras y maestros, que los pongan en práctica en las aulas. Obviamente, en ocasiones las sesiones son solo para las propias personas con discapacidad, pero lo habitual es que haya, como mínimo, una alternancia. Tenga en cuenta que los profesionales se enriquecen con las propuestas de las familias. Es una labor mutua. También impartimos talleres, pero no son tan eficaces como el contacto semanal entre familias y profesionales.
Tercera reflexión: Parece que todo está dicho y habría poco que añadir. Solo decir que pude conversar con una logopeda que venía de acompañar a un niño y su hermana después de una práctica consistente en visitar varios negocios donde habían desarrollado una actividad llamada “Una mañana de tiendas en mi barrio”.
Y esta reflexión me lleva a la última experiencia que quisiera compartir de esta visita…a un sueño. Tiene que ver con algo más que me sorprendió. Y es que los diferentes centros que visité no solo estaban ubicados donde viven las personas, sino que eran espacios cedidos por iglesias, asociaciones, colegios, empresarios, club deportivos y otras entidades de la misma zona. De forma que había una implicación de los vecinos en la inclusión de las personas con discapacidad. Además, algunos no solo compartían sus espacios sino que se ofrecían a colaborar. Conocí peluqueros, gimnasios, escuelas de conducir, tiendas, centros de salud, veterinarios, policías, carpinteros, etc. Todos aportaban. Peluqueros que se coordinaban con terapeutas ocupacionales para que el corte de cabello fuera una experiencia menos traumática para niños con dificultades sensoriales. Gimnasios que recibían a personas con discapacidad y adaptaban rutinas para estos usuarios, tiendas que o bien bajaban el volumen de su música y cuidaban la armonía de los colores en su interior o establecían determinados horarios para que estas personas compraran con más calma; Carpinteros, plomeros, electricistas que enseñaban a manejarse con las manos a jóvenes, etc.
Cuarta reflexión: Los centros que visité no solo estaban en el entorno de las personas atendidas, sino que los que habitaban o trabajaban en esos entornos podían implicarse en la inclusión real de sus vecinos con alguna discapacidad. Todos, concluí, podemos ayudar, enseñar, sanar.
Después de aquella visita, regresamos al Centro de recursos conde iniciamos la visita. Esperando el taxi que me regresaría al aeropuerto…me dormí. Estaba cansado y desbordado física y emocionalmente. Al ratito me llamaron. Era Carmen para decirme que había llegado el taxi. Gracias por todo – le dije para despedirme.
Desperté y descubrí que…no había sido un sueño.
Tomás Rubio/
Equipo Lantana (Santo Domingo)
Un espacio de arte y bienestar.
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En Lantana impartimos clases, individuales y grupales, para niños, adolescentes y jóvenes. Ofrecemos talleres para personas adultas, profesionales de la educación y terapeutas. Aportamos y compartimos recursos educativos desde las artes plásticas, la lectura, la escritura creativa y el lettering, el movimiento y el autocuidado; para contribuir a una sociedad más convivencial donde las personas se cuiden y cuiden a los otros. El equipo de Lantana está formado por la artista gráfica Bianka Reyes, el escritor Tomás Rubio y colaboradores.