El perdón es un tema muy manejado, pero poco entendido.
En nuestra humanidad, es muy difícil perdonar, pero al valorar el perdón que hemos recibido de Jesús, se vuelve menos gravoso.
Éramos culpables y Él nos declaró inocentes, tomando para sí el castigo que nos correspondía.
Dios mismo devino carne y murió en una cruz, resucitando de entre los muertos, para que, al ser escogidos por Él,pudiésemos ser libres del pecado y de la muerte, regalando la promesa, a quienes damos evidencia de esta salvación: también resucitaremos para vida, incorruptible y eterna.
Entonces, ¿por qué permanecer con rencores que conducen a la amargura?
El perdón nos liberta, nos hace bien.
No esperemos sentirlo. Solo hagámoslo.
Si Jesús pagó tan alto precio para perdonarnos y con Él reconciliarnos, ¿Cómo no perdonaremos a quienes nos hieren, nos dañan, ya sean nuestros padres o nuestros peores adversarios?
Mateo 6, verso 14, nos dice:
Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial.
Recordemos siempre que el que perdona la ofensa cultiva el amor.