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PREDICADORES Y SERMONES EN LA BIBLIA

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Telésforo Isaac

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Por lo general, se piensa solamente en los textos y temas de los Cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas o el Apocalipsis como fuente de inspiración para el sermón cristiano. El mensaje cristiano viene ciertamente del Nuevo Testamento, sin embargo, el estudio de la Homilética hace imperativo tomar en cuenta el compendio total e integral de las Santas Escrituras; por tanto, el Antiguo y Nuevo Testamento pueden y deben ser considerados para la predicación cristiana. Además, se debe tomar como complemento para la predicación, los “Libros Deuterocanónicos” (ver “Artículos de la Religión”, Libro de Oración Común, página 762) pues en estos hay material “para ejemplos de vida e instrucción de buenas costumbres” de donde los creyentes pueden beneficiarse para su crecimiento espiritual y para mejorar su conducta personal.

Muchos de los mensajes proféticos de Dios a Israel, fueron proclamados como discursos o sermones para alentar, instruir, exhortar, advertir, amonestar y reprender al pueblo (Levítico 26:14ss). Toda la Santa Biblia contiene material para señalar el camino de la verdad de Dios, la vida, el destino final de sus criaturas humanas, las relaciones que estas deben tener con el Creador, y entre unos y otros seres creados a Su imagen y semejanza; así como la naturaleza y el medio ambiente.

El contenido de la Biblia muestra un sinnúmero de discursos, exhortaciones morales y mensajes proféticos que pueden tomarse como sermones. Dios llamó y designó a mujeres y hombres para servir como voceros de su Santa Voluntad. Una evidencia de esto quedó manifiesta cuando el Señor puso palabras en boca de Moisés. Le dio la información que los israelitas necesitaban conocer y Moisés se dirigió al pueblo con lo que puede ser considerado como uno de los primeros sermones en las Santas Escrituras (Éxodo 3:15ss). Este fue un mensaje de reconocimiento del interés particular de Dios por un pueblo escogido, designado y consagrado mediante una relación, para una vocación especial de esperanza, de liberación y testimonio.

El libro de Nehemías 8:1ss describe un momento histórico muy importante cuando Esdras lee el documento de la Ley al pueblo “desde la mañana hasta el mediodía en presencia de todos ellos, delante de la plaza”. El sacerdote estaba de pie sobre una tribuna (púlpito) de madera construida para ese fin (Nehemías 8:1-11).

Esdras leía el libro de la Ley, mientras otros explicaban la Ley al pueblo… lo traducían (interpretaban) para que se entendiera claramente. Esto puede verse como un sermón expositivo, un sermón dialogado, como una enseñanza de la Palabra de Dios o mensaje bíblico-religioso.

En las Santas Escrituras, las palabras “predicar”, “predicador” y “predicación”, indican la acción de comunicar un mensaje de Dios mediante la palabra hablada, un discurso moralista dado o un consejo de carácter religioso.

El libro de Eclesiastés es llamado también “el Predicador” o “el que habla”. Su contenido es, más bien, una reflexión y no un mensaje o sermón típico para una congregación, o la exhortación a un grupo de personas reunidas en asamblea. Eclesiastés es un diálogo consigo mismo; es una introspección, un examen de la vida. Contiene observaciones de la conducta humana. Es una meditación sobre las experiencias cotidianas de una persona, las expectativas de su relación con Dios y los acontecimientos del mundo a su alrededor.

En verdad, los dichos del Predicador representan un análisis de la condición humana y su vinculación con el Ser Supremo. Esta pieza literaria del pensamiento hebreo pudo haber sido el recuento de las experiencias del predicador, quien proclamó estas palabras en voz alta para ser compartidas con una audiencia, a fin de ablandar corazones y concienciar mentes (concientizar como decimos los dominicanos).

Los mensajes de Dios pueden ser catalogados en “profético” como fue en tiempos del Antiguo Testamento; con el propósito de ilustrar, inspirar, fortalecer, orientar y dar esperanza al pueblo hebreo. Se puede afirmar que Isaías, Jeremías, Ezequiel y los demás profetas mayores y menores, fueron portavoces de la voluntad de Dios y su misión consistió en anunciar lo que la Divinidad esperaba de la conducta y la relación con el pueblo de Israel. El sermón o mensaje “ministerium”, es cuando es dirigido a creyentes, a fieles en las comunidades ahora; y “magisterio”, cuando se dirige a los no creyentes en la fe de Cristo, al tratar de convertirlos.

Cuando el profeta exclama con vehemencia: “Oigan mis palabras”, se está refiriendo a un mandato de Dios, un mensaje divino, una comunicación religiosa, mediante el sermón que predicaba o el mensaje profético que expresa.

Hubo un mensajero de Dios fuera de serie: Jonás, un profeta o predicador atípico. Dios le encomendó ir a la ciudad de Nínive a predicar y exhortar a los habitantes al arrepentimiento. En lugar de obedecer y cumplir la misión, trató de huir por barco en dirección contraria al lugar señalado por el Señor Dios.

La voluntad del Cielo se impuso, y después de una experiencia muy particular, Jonás llegó a Nínive. Predicó allí durante tres días, diciendo en voz alta, el sermón más corto y efectivo que se conoce registrado. Con las siguientes pocas palabras hizo convertir a todo un pueblo, incluyendo al rey: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Los habitantes creyeron en Dios, proclamaron ayuno en señal de dolor y arrepentimiento.