Por Bienvenida González. Psicología Clínica y Terapia Familiar Sistémica.
Pensándolo bien, la mujer desde su creación ha transitado entre la paradoja de “ser o no ser mujer”. De sí misma y de su entorno. En el escenario sociocultural y familiar ha sido exaltada y a la vez descalificada en su identidad. Por lo tanto alguna nominación ha de tener.
Sigo pensando que lo que es resaltado en el plano humano; para que sea reconocido, aceptado y aplaudido, deja mucho que desear. Existen unas formas gramaticales “muy bonitas” al decir de la gente y que al emplearlas elevan el espíritu, alimentan a los poetas y promueven una figura fantasiosa de la realidad. La mujer no se ha escapado a ello.
Pienso en la probabilidad de que a ciertas mujeres maduras en el plano cronológico, mental y emocional, no les ha sido indiferente el título de “Princesa” el cual es aplicado tanto a niñas como a mujeres adultas; tampoco les ha sido indiferente las consabidas felicitaciones por ser mujeres y, por ser madres. La mención es interesante, fantasiosa, que crea y promueve unas expectativas irrealizables; pero, ahí vamos.
Algunas mujeres lo han interiorizado al grado de plantearse que son princesas. ¡Unas exclusividades nominales de espanto y brinco hacia la figura femenina; que excluyen en cierta medida a niños y a hombres! ¿Por qué nosotras en nuestra condición de mujeres, hemos de ser princesas, sin pertenecer a dinastía alguna? ¿Es real la realidad, cuando aún en la monarquía real para ser princesa se amerita reunir una serie de elementos que no todas las hijas o consortes de reyes llegan a ser elegidas en base a las concesiones preestablecidas?
Pensando de manera jocosa, se promueve la creencia en determinadas comunidades de fe, que las mujeres son princesas por ser hijas de Dios. Sigo pensando, si hay princesas ¿dónde están los príncipes?
También he pensado en las implicaciones de las imágenes inculcadas a las niñas rotuladas como princesas. Es un título a todas luces irreal, es llevarlas a un mundo fantasioso muy distante de su propia realidad en su contexto familiar, socioeconómico y de su identidad.
He abierto este dialogo sobre: Mujer o princesa…qué has decidido ser…en mi condición evidente de que soy mujer. No es una crítica, ni mucho menos un llamado al no uso de este título, más bien es una observación compartida por si se han observado los dobles mensajes que como mujeres hemos recibido a través de la historia y en experiencias vividas de mujeres. Por un lado, las alabanzas protocolares no faltan, y, bueno, un sinnúmero de discursos provenientes tanto de hombres como de mujeres en diferentes plataformas y escenarios comunicacionales.
El objetivo ha sido de que darse el permiso de pensar y reflexionar alrededor de quienes somos realmente; de que no hemos de depender física ni emocionalmente de que se nos asignen calificativos y mucho menos felicitaciones por ser mujeres. ¿Y cómo es eso en términos físicos, mentales, emocionales y espirituales? Habría que concluir que si es necesario que esto ocurra.
¿Fuimos acaso diseñadas y creadas por Dios, para que precisemos de atributos adquiridos y fantasiosos, para ser y sentirnos mujeres y requerir de las olas publicitarias y cumplidos para vivir a la luz de nuestra creación? Nuestra postura es radical: ¡somos mujeres creadas por Dios! El reto es sobre cuál de las posturas montarnos para vivir con plenitud: Princesa o mujer. En cuanto a mí, pueden ahorrar, añadir a mi nombre el título de princesa y felicitar por ser mujer y madre