(Un mensaje para la nueva generación de ministros)
Por Silverio Manuel Bello Valenzuela
El sábado 24 de septiembre del 2022, le dimos cristiana sepultura al ministro del Señor Manuel Rivera Santana, con su partida, su esposa, Bienvenida Arístides, hoy vida Rivera, ha perdido un gran esposo, sus hijos, han perdido un gran padre, el Concilio de las Asambleas de Dios ha perdido un excelentísimo pastor, maestro, predicador. Todos, los que lo conocimos e interrelacionamos con él, hemos perdido un gran amigo.
La fidelidad, la integridad y la transparencia en todas las cosas, fue siempre el norte de quien en vida, hasta la hora de su muerte, llevaba por nombre: Manuel Rivera Santana. Un siervo obediente, fiel e íntegro con Dios en toda la trayectoria de su diario caminar por el sendero de la vida, hasta el final de su destino. Rivera fue un esposo fiel a su esposa, un buen padre para sus hijos, un buen pastor para cada una de las iglesias, y un buen amigo de todos sus amigos.
Manuel Rivera sabía decir la verdad con todo el peso de responsabilidad que se debe decir la verdad; la decía de frente, la decía con tacto, la decía con corazón sincero y sin malas intenciones. Cuando él tenía que decirle la verdad a alguien, si ese alguien se ofendía, Rivera sabía pedirle perdón. Cuando alguien le ofendía a él, él también sabía perdonar a ese alguien; pero ese perdón implicaba para él, “un borrón y cuenta nueva”. Sabía dar un perdón de corazón sincero; un perdón, que, en la praxis, no era un: “te perdono, pero no se me olvida”. Rivera no fue como aquel, que dice que perdona, pero, aleja de su entorno para siempre a su ofensor. Quien así se comporta, no conoce el perdón el cual, la Biblia.
Siendo yo superintendente del Concilio de las Asambleas de Dios, tuve el honor de tener a mi lado, como miembro del Comité Ejecutivo, a Manuel Rivera; primero, como Tesorero Nacional, y luego, como vice superintendente. Lo traté bien de cerca, supimos empatizar en las altas y en las bajas de nuestra gloriosa denominación. Cuando en algún momento discutíamos sobre algún asunto que no coincidíamos, lo sabíamos hacer con altura, siempre, siempre, respetándonos el uno al otro. Manuel Rivera fue un cristiano de alma grande y de corazón ancho.
Rivera y yo fuimos buenos amigos, su viuda, la hermana Bienvenida y sus hijos son testigos de lo digo. Cuando le celebraron su aniversario, mi esposa y yo tuvimos el gran privilegio de ser uno de los invitados a aquel extraordinario evento; lamentablemente no pudimos asistir porque coincidió con nuestro viaje a los Estados Unidos para nuestras vacaciones. Él fue quien le hizo el prólogo a mi libro titulado: Diaconado Eficiente para la Iglesia de Hoy. Como predicador, Manuel Rivera era uno de los invitados favoritos de la iglesia que mi esposa y yo pastoreamos. Con frecuencia yo llamaba a su casa, para conversar con él y saber de su salud. Él murió el viernes 24, por la madrugada, el martes 21, tres días antes estuve llamando a su casa para saber de su salud. La hermana Bienvenida no estaba, pero su hija Sandra, tomó la llamada, me dijo que su padre no se sentía muy bien, pero que estaba en casa, y que lo iban a llevar al médico dentro a algunos momentos. El vienes muy tempranito tomé mi teléfono para llamar a la casa de Rivera para saber cómo seguía de salud, ¡Oh sorpresa mía! Cuán duro fue aquel momento cuando leí los luctuosos anuncios que daban a conocer su triste fallecimiento.
Con la partida del Rev. Manuel Rivera Santana, los ministros de tercera edad, tanto de las Asambleas de Dios como de todas las denominaciones evangélicas de nuestro país, hemos perdido físicamente, a un gran compañero. Queramos aceptar esa realidad o no, nuestra generación, tarde o temprano dejará de existir en esta tierra, así como nuestro hermano Rivera ya no existe con nosotros en esta vida presente.
La nueva generación de ministros tiene un gran compromiso delante de Dios y la nueva generación de creyentes que se levanta. Si Cristo no ha venido dentro de cinco o diez años, esa nueva generación de ministros del Señor, tendrán que enfrentarse contra todos los vientos, tornados y torbellinos que, desde las cloacas mal olientes del infierno se levantarán invistiendo con fuerza bravía contra los cimientos de la iglesia y del evangelio de Cristo. Necesitan equiparse bien con “las armaduras de Dios”
Los ministros de esta última generación, que va pasando, somos como el Moisés de pueblo hebreo del ayer. Aquel viejo caudillo le pasó la antorcha al joven ministro Josué, para que, a su muerte, cubriera su ausencia y siguiera guiando al pueblo, hasta conducirlo a la tierra prometida. Del mismo modo, a la generación de ministros jóvenes de hoy, les toca tomar en sus manos la antorcha ministerial de los ancianos de hoy para guiar y dirigir a la iglesia hasta que Cristo la venga a buscar.
Si algún ministro de temprana edad aspira a subir escalones y subir al cima de la montaña del éxito ministerial y desea saber cuál es el camino correcto para llegar allá, tanto el ministro Manuel Rivera, como otros paladines de la obra de Dios que ya han pasado a estar en la presencia del Señor, con el testimonio de la vida cristiana ejemplar que vivieron, con la entrega incondicional a la obra del Señor vivieron, y con la relación personal que con su eterno Redentor mantuvieron, dejaron un legado para la nueva generación de ministros, que les sirve de libro de texto para estudiar en las aulas de la escuela de la vida y saber, cuál es la clave para alcanzar el éxito en la vida ministerial.
Que Dios bendiga a las nuevas generaciones de ministros que tenemos. Que Dios los fortalezca, los guíe, los guarde en pureza y santidad y con su Espíritu Santo los llene de poder y de sabiduría para que puedan mantener encendida la antorcha del evangelio que la vieja generación le entrega en sus manos para que sigan alumbrando el sendero de vida y de la verdad a quienes andan perdidos en la obscuridad sin Dios y sin salvación.
Hasta luego gran amigo