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¿Te incluyo o nos incluimos? Una propuesta de amor

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Tomás Rubio

Incluimos o excluimos a las personas con alguna discapacidad en la vida de los supuestamente capacitados porque somos los capacitados quienes decidimos qué es y qué no es discapacidad. Por ejemplo, hay personas que entran en el rango de discapacidad a quienes no se les permite votar o tener hijos. Se supone que el resto de la población votamos con criterio propio y criamos a los infantes con responsabilidad. Pero las encuestas nos hablan que muy pocas personas leen los programas electorales y por lo tanto no saben ni están capacitados para elegir a sus representantes. Y sobre la crianza, pues es raro el día que no leamos sobre abuso de menores y maltrato infantil. Eso sí, los titulares no dicen que “persona capacitada no daba de comer a su bebé desde hacía una semana”. Pero si la persona es de las llamadas discapacitadas, la noticia recogerá este hecho: “Según un informe médico la madre había sido diagnosticada con deficiencia mental”.

A los niños y niñas con alguna discapacidad se les trata de integrar en el sistema educativo, pero se habla más de los fracasos que de los éxitos de esta integración.  Y parece que en esto hay mucho que mejorar. Sin embargo, no consideramos el fracaso de los niños y niñas llamados neurotípicos desde si están o no capacitados. Se supone que el error no está en sus comportamientos ni en su cerebro. Y claro que no lo está. Desde hace décadas se sabe que el enfermo es otro, como dice el pedagogo Quintana Cabanas al afirmar que “la educación está enferma”. Y es que, tal y como está desorganizado, este sistema educativo no sirve, y no se corrige, salvo excepciones.

Las personas capacitadas somos mayoría y como tenemos ese poder decidimos. Pero… ¿y si cambian los parámetros? Hasta ahora, por ejemplo, se decidía para qué están y no están capacitados los ancianos. Pero ay, resulta que la pirámide se está invirtiendo y ya hay más viejos que jóvenes. ¿Serán entonces los mayores quienes decidan? No parece ese un criterio justo. Y sin embargo hasta ahora se ha hecho así, hasta el punto de que la eutanasia, la legalizada y la inducida, funciona desde hace tiempo. “Abuelita esto no lo puedes hacer, abuelito aquello no te conviene y además a tu edad no estás capacitado”. ¿Les suena? Claro que sí. Pero dentro de poco tiempo será la minoría la que tenga que regañar a los viejos y estos puede que se rebelen.

Discapacitados, viejos, analfabetos, enfermos crónicos, presos, emigrantes, niños y niñas, mujeres, etc. Es larga la lista de las personas que tienen que ser incluidas, hasta el punto que es cuestionable que exista un sector de población en condiciones de autoproclamarse inclusores. Pero además… ¿Incluidas en qué y dónde? Hasta hace muy poco tiempo, si tenemos una visión no inmediata sino amplia y coherente, la humanidad se movía continuamente donde mejor podía desarrollarse. El ser humano es por naturaleza ser de emigración. Hasta que llegó la agricultura, la acumulación de alimentos, las patrias y sus defensores. Y ahora te mueves unos kilómetros y ya eres extranjero, incluso en tu mismo país. Y debes integrarte a la mayoría. Como si esa mayoría llevara mil años en ese lugar.

Te incluyo o nos incluimos. Lo segundo es la propuesta de amor. Nos incluimos porque yo no soy más que tú ni puedo estar seguro que mis habilidades sean mejores que las tuyas. Me decían recientemente que una niña diagnosticada con autismo no soportaba el ruido de los centros comerciales y que tiene que acostumbrarse. De acuerdo, tendrá que hacerlo poco a poco porque vive en una ciudad. Pero no porque su actitud sea enfermiza. Lo enfermo es una sociedad que ha incorporado tal nivel de ruido hasta el punto que le parece normal. Esta niña está sana y nos manda un mensaje de salud.

No podemos ser tolerantes o consentir o incluir a quienes hemos decidido diferentes. Todos nos tenemos que incluir.

Tomás Rubio / Equipo Di Capacidad (Santo Domingo)

Di Capacidad es un espacio inclusivo de arte y educación humanista.

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