Por Samuel Reyes Raposo samuelreyes7@hotmail.com
Lo que hace a los hombres buenos cristianos, los hace buenos ciudadanos. Daniel Webster.
Según la mayoría de los historiadores en la noche del 18 al 19 de julio del año 64 d.C., Roma sufrió un voraz incendio con cientos de víctimas humanas y una gran parte de los negocios y casas de la ciudad fueron pasto de las llamas incontrolables.
No obstante, son muchos los historiadores que están convencidos de que se trató de un incendio normal, que comenzó en los alrededores del Circo Romano y pudo devorar la ciudad debido a las malas condiciones arquitectónicas. La catástrofe se utilizó como desencadenante para la persecución de los cristianos, a quienes se les echó la culpa.
Después del incendio, la ciudad se volvió a diseñar completamente según los planos de Nerón quien además de piromaníaco también era un megalómano empedernido. Actualmente algunos ponen en duda que Nerón fuese el autor intelectual del incendio y más bien se le atribuye a una conspiración del Senado en su contra. Esta versión se ha extendido tal vez debido a que los escritos sobre Nerón fueron destruidos porque el Senado le condenó como enemigo público número uno del Imperio luego de su muerte.
Pero si en justicia se debería culpar a alguna creencia religiosa debería ser el culto a una de las divinidades de los paganos romanos llamada Vesta. En la cultura romana se mantenía un fuego encendido en las casas porque era más fácil que volver a encender uno cada vez que se necesitaba. El culto de Vesta se hizo popular junto con esta costumbre. En el centro mismo de Roma había un templo dedicado para su adoración. Era tanto así que en cada familia se encargaba a las jóvenes romanas el trabajo de mantener vivo el fuego consagrado a la diosa Vesta. Incluso las hijas de los emperadores de Roma eran las encargadas de tener el fuego ardiendo en el hogar imperial. Así que si hay una teoría lógica es que el fuego que consumió a Roma, sino fue provocado por Nerón, provino accidentalmente de uno de los miles de altares dedicados a Vesta.
En nuestro país ha suscitado cierta polémica que un sector numeroso de los evangélicos celebrara su tradicional concentración convocados por el Ministerio Evangelístico La Batalla de la Fe que dirige el Pastor Ezequiel Molina desde hace 58 años. Los que se pronunciaron en contra de la celebración de la concentración cristiana le atribuyeron de antemano una cuota de alta responsabilidad en la propagación futura del COVID-19.
Sin embargo, en todo el mes de diciembre el comportamiento por todos lados en cada esquina y a lo largo y ancho del país fue en la generalidad de los casos la inobservancia de las medidas protocolares y de distanciamiento social dispuestas para controlar la pandemia. Hubo incluso conciertos multitudinarios bajo el patrocinio de casas licoreras, también múltiples fiestas de instituciones gubernamentales y ayuntamientos. Incluso en cada familia, empresa, barrio, provincia y pueblo importante se organizaron fiestas y juntes informales de consumo de alcohol entre los cuales proliferaron los llamados “teteos” cuyos videos se hicieron virales en las redes sociales. Todas estas reuniones son ideales para la propagación de todo tipo de enfermedades contagiosas y por antonomasia, del COVID-19.
En contraste los cristianos en cada uno de sus templos le hacen honor al significado de la palabra iglesia, los llamados a salir fuera del mundo, por cuanto en cada lugar de adoración mantienen en su generalidad las medidas más estrictas que se le haya impuesto a lugar de reunión alguno: uso de mascarillas, alcohol, sentarse intercaladamente, bandejas para la desinfección de las suelas de los zapatos, restricción del tiempo de culto y de la frecuencia de reunión semanal, el saludo solo con los nudillos de las manos, entre otros. Este protocolo fue acatado en la concentración de la Batalla de la Fe.
Asimismo, la exigencia de la tarjeta de vacuna a la entrada del estadio olímpico curiosamente reveló que una gran parte de la población evangélica se ha inyectado con las dosis que procuran protección contra el COVID-19 destruyendo el mito de que son fanáticos antivacunas.
Otra vez se evidencia que los cristianos no son los culpables de la propagación de fuego, plaga o comportamiento destructivo alguno, sino que debe buscarse a los culpables entre las multitudes de Nerones que solo buscan su propia complacencia en medio de una cultura hedonista a la que solo el cambio de vida que ofrece el mensaje cristiano puede salvarlos de su camino de muerte.