por Bienvenida González.
Recientemente sostuve un dialogo, con una amada y entrañable amiga. Me entere de manera previa sobre una experiencia muy dolorosa para ella y su familia y, este punto motivo que sostuviéramos un contacto, vía llamada telefónica.
Como suele ocurrir entre amigas, la introducción de nuestra conversación giro alrededor de saludos, expresiones de amor y cariño, hasta que su tema de dolor salió a relucir, dando paso al relato casi minucioso de su cuadro familiar. Cada mañana vivía la angustia y expectación de que pudo haber ocurrido con su familiar interno: “¿estará vivo?, ¿falleció?
Fui movida a compasión al escuchar sus quejidos y sollozos cuando me dijo lo siguiente: Bienvenida pensé varias veces en ti y en medio de mi angustia e incertidumbre quise llamarte varias veces, pero no podía. ¡Mi dolor era tan grande y profundo que temía ahondarlo más haciéndote participe del mismo! En su relato, me conto de sus ansiedades, temores y presunciones tenidas a diario y, la imposibilidad e impotencia de no ver y mucho menos interactuar con su ser amado.
Por un instante, fui tentada a no dar crédito a lo que escuchaba entre sollozos de mi gran amiga. No pude evitar imaginarme aquellas posibles escenas de dolor y sufrimiento. En una acción de solidaridad, atine a decirle: te entiendo…, te comprendo, hiciste lo que te fue posible hacer en esos momentos de dolor. En mi dialogo interno concluí que su decisión de callar su dolor, optar por no ahondar mas el mismo, comunicarlo después del mayor estrés que vivió, era algo entendible y comprensible.
Mi gran amiga, asumió el riesgo de no ser comprendida y por el contrario ser cuestionada por no compartir en un momento dado, un dolor que le partía el corazón. Algo interesante y fue lo siguiente: ¡ella misma en medio de sus circunstancias, entendía la profundidad de su dolor y por consiguiente se comprendió así misma, con una actitud de preservación.
Este punto nos guía a pensar que comprender el dolor como una realidad no negociable tiene carácter de lo individual, como también de lo colectivo. Atañe a la persona misma, pues, identificar las propias debilidades. Hasta donde es posible o no asumirlo y actuar en consecuencia, es una virtud. Cada día le embargaba la tristeza y el dolor. Confiesa solo haber recurrido a Dios para ser fortalecida y que la preparara en caso de algún desenlace negativo. Hoy día, su familiar ha retornado al hogar, con una expectativa de vida que ha dado un giro positivo, la esperanza se consolida.
A la categoría de comprender el dolor en lo individual, se agrega la comprensión externa, la de la familia, amigos y grupos sociales. Comprender es hacer suya la realidad de la persona y, ejecutar acciones cónsonas con la realidad vivida. La tolerancia y la paciencia serán elementos claves a la hora de comprender. Desnaturalizar el dolor ajeno, minimizar lo que la persona está sintiendo, pretender “ayudar sin ayudar”, es algo innegociable.
Aceptar el dolor y el sufrimiento del otro y reconocerlo conduce al alivio de esa persona y refleja el aprecio y la compasión para quien está sufriendo. En resumidas cuentas, es un proceso interno de quien entiende y comprende el dolor ajeno. Conocer, darse cuenta y, evitar recurrir a cuestionamientos que no van a tono con lo que está ocurriendo, es un desafío relacional.
Comprender el dolor sugiere interpretar como pudiera estar sintiendo la otra persona, familia o comunidad en ese tiempo. Es una acción de empatía en todo el sentido de la palabra. El hacerse el iluso, atar cabos y sacar conclusiones, lejos está de realizar una práctica saludable.
Existe una correspondencia muy dinámica y es la siguiente: Si no asumes tu propio dolor, entendiéndolo y comprendiéndolo, tampoco asumirás el dolor de los demás. Es mejor dar que recibir… ciertísima esta afirmación, solo que es necesario tener para dar. Estamos conminados a entender y comprender el dolor propio y, el dolor de los demás.
“Comprender el dolor…una necesidad no negociable”