
Jenny Matos de Fernández
Más allá de las nubes volaba impetuosa un ave mayestática llamada águila, orgullosa y altiva. Desplazando sus majestuosas alas al viento, pudo comprobar que más abajo en el mar había un pez que parecía feliz y eso que no podía volar.
El águila se acercó al delfín, ufanándose de su vuelo y lanzando una palabra como señuelo, al pez quiso molestar. — ¡Oh! Pobre vida del delfín, salta en el agua como payaso en un trampolín. Más, yo águila, surco el cielo con mi vuelo. —Me voy por encima de las nubes. Ha sido grande mi éxito, en el mundo animal casi nadie me puede igualar. ¡Mucho menos un delfín que no puede volar! Y le dijo al delfín:
—Cuando quieras te puedo dar un curso de vuelo, lo vas a necesitar delfín, para que seas feliz, lo vas a necesitar.
El delfín, joven amable, pero un poco claro al conversar. Aclaró la voz chillona antes de empezar a hablar y con sorna le espetó:
—Que maravilloso águila, que tan alto puedas volar. Pero de qué te sirve ese vuelo, si siempre tienes fruncido el ceño. Todo ese éxito de altura se te ha subido a la cabeza y te ha puesto la cara “dura”. —Sin embargo yo aquí, no paro de sonreír y no vivo tan preocupado —. Acto seguido se zambulló en el agua.
El rapaz sorprendido con la tenaz respuesta del cetáceo, miró su rostro en el mar y notó que era cierto, siempre tenía la cara arrugada. Mientras el delfín dibujaba en su rostro una curvatura que denotaba dulzura. Era solidario con los humanos, buen amigo y divertido. Mientras el águila presumía sus alas en las alturas y no compartía con otras criaturas. Por eso de que… ¡águila solo vuela con águila!
El águila rauda le contestó: —Soy feliz arriba, aunque no lo creas pez mojado, soy muy feliz.
El pez asintiendo con la cabeza cortésmente, con la mirada fija y rotunda firmeza le sonrió y se encogió como si tuviera hombros, y le respondió:
— ¡Te creo águila, te creo! Pero si eres tan feliz, ¿por qué no cambias esa cara y dejas de meterte conmigo? Si vuelo a tu nivel me muero, tengo aletas de pez no plumas de ave. Cada quien en el hábitat para lo cual fue diseñado. —Yo aquí mojado haciendo mis volteretas y tú allá rosando el cielo con tu vuelo.
Sus miradas se volvieron a cruzar. El delfín, hizo varias piruetas más, elevando una pequeña ola que salpicó al águila, quien rauda se espantó y con vergüenza un poco se elevó. El bufeo le volvió a decir divertido:
—Cuando quieras éste pez te puede dar un curso de relaciones públicas, para que con otras especies más abajo te puedas codear. ¡Lo vas a necesitar águila! ¡Lo vas a necesitar!
Con cara de avechucho sacudió sus plumas humedecidas, tímidamente retomó las alturas camino a las nubes y dejó todo concluido con el pez que también se alejó dando respingos en el mar.
Moraleja: Sabemos que hoy se presume mucho de que “algunos” están diseñados para las alturas, donde impera una “élite de vuelo”. Que sus altas dimensiones les impiden tratar con afabilidad y deferencia a los que consideran la clase “común”.
La arrogancia ministerial e intelectual impera por todos lados y se nos ha olvidado, que un pájaro si es herido cae estrepitosamente al suelo donde están las demás especies. Tratemos con dignidad a nuestros congéneres, no “cosifiquemos” o “ninguneando” a nadie, sobre todo a nuestros compañeros de milicias.
¡Hermanos águilas de las alturas, bajémosles algo al vuelo! Que si el aterrizaje se torna forzoso, el delfín siempre pueda darnos su aleta, digo, su mano, junto con una sonrisa amigable. Los delfines serán siempre, “Buenos Samaritanos”, las águilas necesariamente no. No olvidemos que el Pez fue y será un símbolo concreto para identificar a los amorosos cristianos. Pescadores sinónimos de ganadores de almas y águila símbolo de éxito nada más. Tómese de cada uno lo propio para cada ocasión.
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