Por, Benjamín Silva Mercedes
“Por desgracia, no recuerdo el día exacto en que te conocí; aunque sí recuerdo que fue durante mi niñez cuando comencé a conocerte, pues mis padres y mis hermanos mayores me hablaban mucho de tu grandeza y de los buenos consejos que tú les había dado; de tu sinceridad, de tu gran sabiduría y de los beneficios que de Ti habían recibido.
Todo eso, como es natural, me impulsó a buscar tu amistad, aunque no sin antes haber pensado en tu edad y la mía, pues Tú eras y eres muy “anciana”, aun cuando tu rostro no parece sino indicar todo lo contrario: siempre te ves jovencita….!y a la moda! En la Escuela Dominical, a la cual asistía todos los domingos, noté que no era raro verte en las reuniones de damas, de caballeros, de jóvenes y también en la de los niños, debido a tu gran popularidad.
Cuando comencé a relacionarme contigo, amiga querida, lo primero que hiciste fue aconsejarme de una forma con la que rápidamente ganaste mi confianza. Este comienzo fue tan halagador y determinante en mi vida, que hasta el día de hoy no he cesado de buscar en Ti los consejos tan buenos que siempre me das, y que otros no pueden darme en la forma con que Tú lo haces. Porque aunque tengo muchos “amigos”, ninguno me habla como Tú, amiga tan bella. La influencia tuya en mi vida ha sido muy notable: mis compañeros de estudios se admiran de mi conducta porque siempre, querida, trato de poner en práctica lo que Tú me has enseñado.
Y no solamente en mi casa. También en la escuela, en la calle, en la plaza y en cualquier otro lugar donde esté. Además de esto, quiero que sepas, amiga mía, que hablo mucho de tu grandeza, de tu personalidad y de tus enseñanzas, que no hacen sino cautivar; transformar lo malo en bueno y trastornar las mentes sucias. En mi camino he encontrado a no poca gente hablando también de Ti. Unos en la misma forma que yo, y otros desdeñándote, pues no te conocen sino por falsas referencias.
Sé que el hablar mal de Ti no te causa gran daño. Desde que viniste al mundo, has tenido que afrontar diversos problemas. Entre estos está el que tuviste en tus primeros años, y que te impidió llegar a las grandes masas de aquellos tiempos. También has tenido que soportar impedimento de entrada a varios países, que luego, al ver los ingentes beneficios que Tú das, te abrieron las puertas de par en par. Un daño que Tú has lamentado mucho es el que nosotros, los que seguimos tus enseñanzas, te hemos ocasionado al dejar de hablar de Ti o que, cuando al hablar, lo hemos hecho en la forma que no te agrada. Una cosa sé, y es que tu compañía me da aliento, paz y felicidad. Sin tus enseñanzas no hay verdadera cultura, pues Tú, BIBLIA amada, eres fuente de sabiduría. Tú me enseñas a obedecer a mis padres, a las leyes de mi país, a amar a mis amigos y también mis enemigos. Cuando no te veo me siento triste, vacío… no puedo vivir sin Ti.
Tú eres quien sacia el alma mía; sin Ti mi alma desfallece. He tratado, a veces, de consultar a otros “amigos” y de buscar su ayuda; pero ninguno, vuelvo y te digo, me satisface como Tú. Cada vez que pienso en los beneficios que me has dado, recuerdo rápidamente lo que me decían mis padres y mis hermanos mayores. Ellos tenían y tienen razón: Tú no les ha fallado, como tampoco a mí, y hoy, yo te prometo que durante toda mi vida estaré siempre a tu lado como Tú al mío, porque Tú, amiga incomparable, eres grandeza. Tú eres lo sublime y lo excelso. Mientras tanto, sólo me resta decirte: ¡Sí, Tú eres mi amiga!”.
(Artículo escrito el 14 febrero de 1973, y publicado originalmente en el No. 2 de la Revista La Batalla de la Fe de Junio de 1973.