Por Anny Esther Burgos
El primer país que legalizó el aborto, fue la antigua URSS en 1920 cuando el dictador Lennin, decretó que la TERMINACIÓN DEL EMBARAZO, era un derecho democrático de las mujeres..
Luego que la URSS da el primer paso, le siguieron en el transcurrir de los años, casi 60 naciones que lo permiten de modo voluntario sin importar las circunstancias y más de 135 que lo legalizan en situaciones «excepcionales».
Ahí en la URSS, es donde empezó el declive del mundo, donde se violenta el derecho más elemental del ser humano, el derecho a la vida.
Solo en el año 2019 se realizaron 42 millones de abortos en el mundo, convirtiéndose, en la primera causa de muertes en el planeta, porque quiérase o no, murieron 42 millones de niños.
Para nadie es un secreto que detrás de estas muertes, hay un grupo reducido de personas que han metido ne cautiverio a una mayoría en la prisión de la narrativa que son minorías y que tienen el derecho supremo de decidir quiénes viven y quiénes mueren, pero detrás de todo esto aunque resulte parecer tentativamente conspiranoico, está ese grupo de eugenésico que quieren suprimir la reproducción de la mayoría a la que ellos consideran «seres de tercera categoría»… Pero les hacen creer que no están matando, solo están «interrumpiendo» la continuidad de la vida…
Es indignante cuando se lee la palabra interrupción, pues lo primero que nos puede llegar a la mente es que lo que se interrumpe puede ser potencialmente renovado en algún momento, pero a los de tercer mundo, hay que enmascarar el genocidio y disfrazar lo de «derechos». Finalmente, para ellos somos seres de tercera, la piltrafa de la carne.
En el plano de los «derechos» de la mujer, según el feminismo hegemónico, se habla de la interrupción del embarazo…. Pero, ¿cómo reanudar la vida que se ha terminado?
Y es que hasta la composición gramatical es burdamente absurda y hasta nauseabunda.. Así opera la narrativa del engaño, puesto que lo que hay en realidad es una terminación absoluta de un proceso que no puede reanudarse nunca.
¿Será posible que luego de triturar, descuartizar, inyectar con una solución salina letal, entre otras torturas intrauterinas que recibe el niño no nacido, se le quiera seguir llamando interrupción a un proceso criminal, alevoso y premeditado como es el aborto.?
Es inaceptable, tanto el acto como la nefasta narrativa eugenésica y genocida y fabuladora de la interrupción de la vida inrreanubable…
En República Dominicana, nos encontramos debatiendo sobre la legalidad de quién debe morir, según tres causales, pero sabemos por la historia reciente que la mayoría de los países que hoy aprueban el aborto voluntario, empezaron con la tres excepciones.
Abrir esa puerta en República Dominicana, sería darle entrada al aborto en cualquier semana de vida del no nacido, sería equipararlo con las cesáreas, que son caerirugías de alto riego, a las que sólo se puede recurrir cuando haya causas impidan parto natural, pero que en nuestro país son practicadas hasta por la elección de la madre, lo que nos corona con uno de los índices más altos de América latina en este tipo de partos, pues nos alzamos con el porcentaje 58% de nacimientos por esta vía.
Existen reglamentos médicos que le permiten a los doctores actuar y privilegiar la vida de la madre en términos de riesgo vital y actuar cuando el embarazo es inviable. Por otro lado no existen estadísticas en Quisqueya que ameriten legislar sobre los casos de embarazos como productos de violaciones.
Urge una revisión con conciencia ante la amenaza de la normalización y celebración de la cultura de la muerte, donde se aboga por los «derechos de la mujer» y se violentan los derechos del niño. Donde se «defiende» y a la mujer pero no se defiende al indefenso….
Sin derecho a la vida, no ha derecho que valga…. La sangre de esos 42 millones de niños abusados, descuartizados, succionados, triturados y asesinados por abortos, clama desde las entrañas del cielo, que le den la oportunidad de vivir a los no nacidos que aún no han podido matar en nuestra nación.