
por Zelandia P. Almonacid, República Dominicana
Activistas defienden la decisión de interrumpir el embarazo como un “derecho” inherente de la mujer sobre su cuerpo. Este concepto se encuentra de frente y en franco desafío al derecho fundamental a la vida el ser humano no nacido. Según la declaración Universal de los Derechos Humanosacordada por representantes de todas las regiones del mundo en la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1948 como parámetro ideal común para todos los pueblos y naciones, “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”, en su artículo tres, consagra el derecho inalienable a la vida:
“Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.”
Aplicable a los métodos de interrupción del embarazo, citamos el artículo quinto:
“Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.”
La humanidad del ser humano viene determinada desde el momento de su concepción. Cada persona empieza como una sola célula, sí, pero no una célula de reptil ni de ave, sino de esencia tan humana como lo será después de desarrollarse. Un individuo es el resultado de la combinación de los gametos que ambos padres aportaron para su formación. En esta célula microscópica llamada cigoto, convergen las herencias genéticas ancestrales de dos familias reunidas en esta generación.
Al entender que somos personas humanas desde el día de nuestra concepción, podemos citar también el artículo sexto de dicha declaración:
“Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.”
El embrión es un milagro que salta miles de obstáculos y combina cientos de factores biológicos que deben funcionar a la perfección para que pueda formarse. Interponerse ante tanta perfección es más que una necedad, es un desprecio a la misericordia y benevolencia del Creador que nos ha permitido albergar ese milagro en nuestro interior.
La Biblia, el libro sagrado donde El Eterno escondió los tesoros de su consejo, dedica todo el Salmo 139 para exaltar las maravillas de la concepción y el embarazo.
Nos rendimos a la realidad de que el aborto no es una opción de salud, ni un derecho de la mujer, ni una alternativa de planificación familiar, sino un crimen, el asesinato de un inocente indefenso que, como en la peor de nuestras pesadillas, grita por su vida sin ser escuchado, mientras es mutilado por quien debió protegerle.
El refugio del vientre debe ser respetado como un santuario donde se honra y protege la vida, donde la muerte será evitada a toda costa, donde el feto podrá sentirse seguro mientras aguarda para ver la luz. ¡Lástima que sean precisamente aquellos que, en lugar de haber sido abortados han disfrutado de estos beneficios, los mismos que incitan a las madres a que lo nieguen a sus hijos!
No ignoramos que las circunstancias desfavorablesson la causa de las decisiones de interrupción del embarazo. El factor sorpresa de un embarazo no planificado y el pánico subsiguiente,son caldo de cultivo para pensar en la salida que aparenta ser más fácil, pero que es camino de muerte. Igualmente, los embarazos fuera del matrimonio, la inestabilidad económica, la inmadurez propia de la adolescencia, el egoísmo que altera el afecto natural y que se manifiesta en unindividualismo enfermizoque es totalmente opuesto al amor. Porque el amor verdadero no busca el bien propio, no hace nada indebido, ni se excita en manera alguna para hacer lo malo. Pensar que somos el centro de nuestra existencia, motor y causa de la misma, deja poco o ningún espacio para el altruismo, la misericordia, la compasión y las virtudes propias de los seres racionales.
La bendición de la maternidad no es una carga, ni una vergüenza, mucho menos una maldición. Cada hijo trae una carta de amor de parte del buen Dios, donde se lee: “Este hijo o hija es mi herencia para ti. No tengas miedo, yo estaré contigo. Seré su ayuda y sostén, su proveedor y su guía. No los dejaré, si ponen su confianza en mí”.
