Por. Patricia Fallas
En el año de 1999 una tarde de mayo, mi esposo Samuel y yo, nos desplazábamos por las calles del gran Santo Domingo en la zona de Gascue. Vimos una venta de garaje y mis ojos como flechas se clavaron en esta cafetera de porcelana blanca la cual estaba en un sin fin de cachivaches. Ella resaltaba con bordes redondeados decorada con finas flores dibujadas en el centro. Me sedujo y sentía que la necesitaba por lo cual debía rescatarla y darle un hogar.
Sin perder tiempo señalando la cafetera finamente esmaltada a pesar de ser de medio uso pregunté:
— ¿Cuál es el precio?
—Ciento Cincuenta pesos (10 dólares) dijo la joven detrás del la mesa sin agregar palabras.
Le dije a mi esposo quiero esa cafetera, y la verdad que él quería consentirme como todo recién casado enamorado.
A lo largo de los años como buena costarricense y amante del café me apasiona este tipo de piezas y tazas para disfrutar de un buen café, por tal motivo he adquirido varias de diversas formas y tamaño, no es que sea coleccionista, pero si afinada.
En estos días de cuarentena me dispuse a despolvar las vajillas y a realizar algunos arreglos de decoración, dando ese toque tipo “abuelita fina” a la decoración de mi casa, y luego de veinte años de aquella adquisición apareció la cafetera de medio uso que adquirí en la venta de garaje, la cual tenía mucho tiempo sin usar.
Mis ojos se iluminaron y un mar de emociones me llevó al pasado. Curiosa al fin decidí Googlear e investigar si existían en la actualidad piezas iguales a ésta a la venta en el mercado actual, y para mi sorpresa sí las hay. Réplicas exactas de la misma marca hoy cuestan $70 dólares, osea, 14.67 veces ha incrementado su valor en el tiempo.
Este hecho tan simple me llevó a comprender el valor que el señor pago por nosotros, precio que le costó derramar su sangre y morir en la cruz por ti y por mí.
Y aunque estemos en el olvido de la gente como estaba esta antigua cafetera de porcelana fina en esa venta de garaje. No estamos en el olvido de Dios, antes no valíamos nada pero aquel que murió en la cruz nos dio valor incalculable.
Nuestro Señor no nos arroja en el cajón del olvido, tirados como objetos sin valor, Él nos saca y nos despolva. Cuando nos ve, Dios vuelve a la vitrina del Gólgota, donde nos compró a precio de sangre aunque éramos piezas usadas y sin valor, El alfarero nos tomo en sus manos y nos pulió como a oro fino y limpiándonos del pecado que nos esclavizaba, clavo en nosotros sus ojos cuando su cuerpo fue crucificado en la cruz.
Podrán pasar los años, pero para nuestro Dios siempre, y por siempre seremos como porcelana fina, como cafeteras llenas de fe, así como llené mi antigua cafetera de humeante café.
Tenemos un gran valor, no somos una cafetera vieja, sino una pieza antigua de colección en la vajilla de Dios. Solo déjate sacar de la vitrina, despolvar, llenar de fe y ser usada nuevamente por aquel que te compró y te ha dado un valor que nadie puede pagar ni con todo el dinero del mundo.