Una opinión equivocada en el proceso de la santificación, es creer que la santidad se transfiere a la vida de una persona de una manera mágica, cuando esta tiene contacto o relación con cosas que han sido santificadas, o están ligadas a Dios. La santificación no es un proceso mágico, ni misterioso, es un proceso disciplinado en lo que concierne al que se santifica, y es un proceso de poder en lo que concierne a Dios.
Entonces, ¿Es posible vivir rodeado de cosas santas y santificadas, y no tener santidad? Veamos el ejemplo que nos plantea el apóstol Pablo: «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos ESTUVIERON BAJO LA NUBE, Y TODOS PASARON EL MAR; Y TODOS EN MOISÉS FUERON BAUTIZADOS EN LA NUBE Y EN EL MAR, Y TODOS COMIERON EL MISMO ALIMENTO ESPIRITUAL, Y TODOS BEBIERON LA MISMA BEBIDA ESPIRITUAL; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. 1 Corintios 10:1-5» Elocuente ejemplo.
Caso semejante ocurre con mucha frecuencia en nuestros días, creyente que asisten fielmente a los templos, tienen amigos cristianos, andan con una Biblia debajo del brazo, evangelizan, cantan en la Iglesia, diezman y ofrendan, tienen una Biblia en su casa abierta en el Salmo 23; pero, sus vidas no agradan al Señor.
La razón es que, aunque son devotos de un culto o religión, no pagan sus deudas, no dejan de visitar páginas XXX en la internet, tienen relaciones fuera del matrimonio, causan divisiones en la Iglesia, en fin, aunque están en la Iglesia, no se abstienen de los deseos pecaminosos que batallan contra el alma (1 Cor. 9:24-27; 1 Pedro 2:11). Esa es una de las razones de que los cristianos en América, aunque su número crece, no obstante, el impacto en las sociedades es poco significativo, y resulta contraproducente, que, en la actualidad, teniendo tantos creyentes profesantes, vivamos en una de las épocas más violenta en la historia de la humanidad. Sugiero leer Hageo 2:10-14; Mateo 7:21-23. Dios nos de entendimiento.
Pastor Alberto Moneró Rijo