El uso constante de celulares está generando una protuberancia en la base del cráneo, según un científico en Australia.
Todo comenzó con una cabra.
El infeliz animal nació en Holanda en la primavera de 1939 con pocas perspectivas.
En la parte izquierda de su cuerpo, había apenas un trozo de piel cubierto de pelo donde debía estar una de las patas.
Y la pata derecha estaba tan deformada que parecía un muñón con una pezuña.
Pero cuando tenía tres meses, la pequeña cabra fue adoptada por un instituto veterinario.
El animal pronto desarrolló su propio método para moverse en una pradera. Se apoyaba en sus patas traseras haciendo equilibrio y saltaba, asemejándose a un canguro o a una liebre.
La cabra tuvo un accidente y murió cuando tenía un año, pero su esqueleto dejó una última sorpresa.
Durante siglos los científicos pensaron que los huesos solo crecían en formas predecibles, de acuerdo a instrucciones heredadas de nuestros padres.
Sin embargo, un experto en anatomía holandés que estudió el esqueleto de la cabra descubrió que el animal había iniciado un proceso de adaptación.
Los huesos en sus caderas y piernas eran mas gruesos de lo esperado. Los huesos de sus patas se habían estirado y el ángulo de los de la cadera había cambiado para permitir una postura más erguida.
Biografía de los huesos
Hoy se sabe que nuestros esqueletos son sorprendentemente maleables.
Aunque podemos tener una impresión contraria, los huesos bajo nuestra piel están vivos, rosados por el flujo sanguíneo y en un proceso de destrucción y reconstrucción constante.
Si bien el esqueleto de cada persona se desarrolla de acuerdo a instrucciones generales en su ADN, puede cambiar de acuerdo a las presiones que cada individuo enfrenta en su vida.
Esta constatación ha llevado a una disciplina llamada «osteobiografía«, literalmente «biografía de los huesos», que permite examinar un esqueleto para descifrar cómo vivió su dueño.
Y estudios recientes parecen no dejar duda de que la vida moderna está teniendo un impacto en nuestros huesos.
Los ejemplos abundan, desde la aparición de un abultamiento en la base del cráneo, al descubrimiento de que nuestras mandíbulas se están achicando o que los codos de los jóvenes alemanes se están volviendo más pequeños.
Los misteriosos «gigantes»
Un ejemplo de osteobiografía es el misterio de los «hombres fuertes» de Guam y las islas Marianas.
El enigma comenzó con el descubrimiento en 1924 del esqueleto de un hombre en la isla Tinian, unos 2.560 km al este de Filipinas, en el océano Pacífico.
Los restos, que databan del siglo XVI o XVII , eran gigantes. Se trataba de un hombre extraordinariamente fuerte y alto.
El descubrimiento encajaba con leyendas locales de antiguos gobernantes de proporciones enormes, capaces de acciones heroicas.
Los arqueólogos llamaron al esqueleto Taotao Tagga -«hombre de Tagga»- una referencia a Taga, el antiguo jefe de las islas, que según la mitología local tenía superpoderes.
Cuando se descubrieron otras tumbas quedó en evidencia que el hombre de Tagga no era una excepción.
Tinian había albergado una población de personas enormes.
Los restos del hombre de Taga fueron enterrados junto a pilares esculpidos en piedra.
Los huesos tenían características similares a los de otros restos hallados en el archipiélago de Tonga en el Pacífico sur, donde la gente hace mucho trabajo en piedra.
La casa más grande en la isla tenía pilares de cinco metros de altura y un peso de 13 toneladas, similar al de dos elefantes.
No se trataba entonces de una misteriosa raza de gigantes.
Estos hombres habían desarrollado sus cuerpos poderosos trabajando muy duramente.
Los celulares y el cráneo moderno
Si se usara en el futuro una técnica similar para analizar cómo vivía la gente en 2019, los científicos encontrarían cambios en nuestros esqueletos que reflejan nuestro estilo de vida.
«He sido un médico clínico durante 20 años y solamente en la última década he visto cada vez más este crecimiento en el cráneo«, dijo David Shahar, investigador de la Universidad Shunshine Coast en Australia.
El abultamiento en punta, llamado también «protuberancia occipital externa«, se encuentra en la parte posterior del cráneo, justo arriba del cuello.
Si tienes uno es probable que puedas sentirlo con tus dedos y si no tienes pelo puede ser visible.
Hasta hace poco se pensaba que esta protuberancia era muy poco común.
En 1885, cuando fue investigada por primera vez, el celebre científico francés Paul Broca creía que era tan extraña que no merecía un término científico.
Pero Shahar decidió investigar.
Junto a un colega analizó más de mil radiografías de cráneos de personas entre 18 y 86 años, y registró los problemas de postura de cada una de esas personas.
Lo que los científicos descubrieron fue sorprendente.
El abultamiento era mucho más común en el grupo entre 18 y 30 años.
Shahar cree que la presencia creciente de la protuberancia se debe a la tecnología, particularmente a nuestra obsesión con los celulares y las tabletas.
Cuello de texto
Cuando inclinamos la cabeza para ver algo en esos dispositivos, doblamos el cuello y el cráneo va hacia adelante.
Esto es problemático, porque una cabeza humana promedio pesa 4,5 kilos, más o menos como una sandía grande.
Cuando estamos sentados erguidos, la cabeza está en equilibrio sobre la parte superior de nuestra espina vertebral.
Pero cuando nos inclinamos hacia el celular nuestros cuellos deben hacer un esfuerzo inusual.
Los médicos llaman al dolor asociado a este esfuerzo «cuello de texto».
Shahar cree que la protuberancia se forma porque la postura curva crea una presión extra donde los músculos del cuello se unen al cráneo.
Y el cuerpo responde creando una nueva capa de hueso, que ayuda al cráneo a enfrentar esta presión extra y a distribuir el peso.
Una de las mayores sorpresas para Shahar fue cuan grandes eran las protuberancias. Los abultamientos mayores median unos 30 mm.
Claro que la mala postura no fue inventada en este siglo.
¿Por qué entonces nuestros antepasados no desarrollaron una protuberancia en su cráneo cuando se encorvaban para leer libros?
Una posible explicación es que pasamos mucho más tiempo inclinados con nuestros celulares.
En 1973 los estadounidenses leían un promedio de dos horas al día.
Pero actualmente pasamos al menos el doble de ese tiempo con nuestros teléfonos.
Extrañamente, los hombres fuertes de las islas Marianas también tenían crecimientos en sus cráneos.
Se cree que las protuberancias se desarrollaron por un motivo similar, para soportar el peso de la cabeza y los fuertes músculos de sus cuellos.
Esos hombres habrían transportado enormes pesos colgándolos de los extremos de palos sobre sus hombros.
Codos más pequeños
Shahar cree que es probable que las protuberancias modernas jamás desaparezcan.
Y su tamaño seguirá aumentando.
El investigador cree que no serán dañinas en sí mismas. Pero sí podría haber problemas con otras formas en las que el cuerpo compensa nuestra postura encorvada.
En Alemania, por ejemplo, hubo otro descubrimiento sorprendente: nuestros codos se están achicando.
Christiane Scheffler, antropóloga de la Universidad de Potsdam, estudiaba medidas de los cuerpos de niños cuando notó esta tendencia.
Scheffler comparó cuán robustos eran los cuerpos de los niños entre 1999 y 2009.
La investigadora calculó un índice que compara la altura de una persona con el ancho de sus codos.
Y cotejó esos resultados con un estudio similar realizado 10 años antes.
La conclusión fue que los esqueletos de los niños se están volviendo más frágiles.
Niños sedentarios
Scheffler pensó en un principio que la explicación podía ser genética, pero el ADN de una población no cambia mucho en una década.
Otra posibilidad era la mala nutrición, pero ése no es un problema en Alemania.
La tercera explicación posible es que la actual generación es mucho más sedentaria.
Scheffler realizó un nuevo estudio con otros colegas en el que analizó los hábitos diarios de los niños, que también usaron un contador de pasos durante una semana.
Los científicos encontraron una fuerte correlación entre lo robustos que eran los esqueletos de los niños y lo que caminaban por día.
Es bien sabido que cada vez que usamos nuestros músculos ayudamos a fortalecer la masa de los huesos que los sostienen.
«Si usas tus músculos una y otra vez ayudas a generar más tejido óseo, que se traduce en huesos más densos y mayor circunferencia» señaló Scheffler.
Pero había otro enigma en los resultados del estudio.
Caminar era el único tipo de ejercicio que impactaba en el tamaño de los codos.
Scheffler cree que aún los niños más deportistas hoy en día pasan poco tiempo ejercitándose.
«Hacer deporte no te ayuda tanto si tu madre te lleva en auto a tus prácticas de una o dos horas por semana».
Y algo similar puede ocurrir en el caso de los adultos.
No es suficiente ir al gimnasio un par de veces a la semana sin caminar grandes distancias.
«Porque nuestra evolución indica que podemos caminar cerca de 30 km por día».
Cambios en la mandíbula
La última sorpresa escondida en nuestros huesos puede tener cientos de años de antigüedad, pero fue descubierta recientemente.
En 2011, Noreen von Cramon-Taubadel, una investigadora de la Universidad Estatal de Nueva York estaba estudiando cráneos.
La antropóloga quería saber si era posible deducir de dónde viene una persona por la forma del cráneo.
Cramon-Taubadel midió cráneos de distintos países hallados en museos.
La científica descubrió que la forma de la mandíbula no dependía tanto de la genética, sino de donde vivía la persona: si se trataba de cazadores recolectares o de una comunidad agrícola.
La científica cree que el secreto de la diferencia en las mandíbulas está en cuanto masticamos mientras crecemos.
«Si piensas en la ortodoncia en el caso de adolescentes, esto se realiza porque los huesos todavía están creciendo», afirmó Cramon-Taubadel.
«Los huesos todavía son maleables a esa edad y responden a presiones diferentes».
En las sociedades agrícolas la comida es más suave y puede ser ingerida masticando muy poco.
Masticar menos significa músculos más débiles y mandíbulas menos robustas.
Es posible que la lactancia materna sea otro factor importante, porque su período varía y determina cuándo los niños comienzan a masticar alimentos más sólidos.
Cramon-Taubadel afirma que el impacto en la mandíbula es sutil, pero el problema puede estar en los dientes.
«Especialmente en sociedades posindustriales hay más problemas de dientes torcidos por falta de espacio«.
«Las investigaciones demuestran que una dieta biomecánicamente más dura, especialmente en el caso de los niños, puede ser útil para contrarrestar el desequilibrio en el crecimiento de los dientes».
Prueba hablar como alguien del Neolítico
Esta historia tiene otro giro inesperado.
Los cambios en nuestras mandíbulas y dientes parecen haber tenido un efecto inesperado y positivo en la forma en que hablamos.
Un estudio reciente afirmó que a medida que las sociedades se volvieron agrícolas en el Neolítico, hace unos 12.000 años, los cambios en la mandíbula permitieron a nuestros antepasados producir nuevos sonidos, como «f» y «v».
En los habitantes del Neolítico, los incisivos superiores, los dientes frontales de arriba, se encontraban exactamente sobre los inferiores, en lugar de cubrirlos como actualmente.
Para tener una idea de cómo eran las mandíbulas del Neolítico puedes hacer este experimento: mueve hacia adelante tu mandíbula inferior hasta que tus dientes de abajo coincidan con los de arriba, e intenta ahora pronunciar «Venecia».
¿Qué pensarán los arqueólogos del futuro cuando examinen nuestros esqueletos desde sus naves espaciales?
Si no tenemos cuidado, nuestros huesos podrían revelar dietas poco saludables, niveles asombrosos de sedentarismo y una dependencia mórbida de la tecnología.
Tal vez sea mejor optar por la cremación.
Fuente: BBC