
Por. Telesforo Isaac
Jesús se identifica con la entrada al camino, el acceso a la seguridad y la salvación, y dice: “Yo soy la puerta por donde pasan las ovejas”. (San Juan 10:7).
Estas palabras fueron expresadas por Jesús el Ungido, el Cristo, el proclamado Hijo de Dios, ante unos fariseos (miembros de un grupo de judíos de rigor y austeridad religiosa) que le interrogan estando el Señor en Jerusalén en la zona del Pórtico de Salomón en el templo. Esto fue durante una fiesta religiosa.
Al proclamar esta frase, el profeta de Nazaret de Galilea, se igualó con el nombre que Dios se puso a sí mismo cuando se manifestó a Moisés mediante una manifestación patente de la divinidad en el monte Horeb cuando la zarza ardía y no se consumía. (Éxodo 3:1-4).
Habían varias puertas para entrar y salir de Jerusalén, y estas tenían importancia, no sólo por su utilidad, sino porque cada puerta tenía un simbolismo particular. En este caso cuando Jesús se identifica con la puerta por donde pasan las ovejas, él quiso significar que era la entrada de hombres y mujeres en una orden, una cofradía, una congregación, una hermandad, en el rebaño donde hay seguridad de un “buen pastor“. En otras palabras, Jesús es la puerta que conduce a la verdad, a la fortificada fe, a la ilimitada esperanza, a la vida abundante, y al amor que pasa todo entendimiento y todo aquello que abre y conduce a la vida eterna.
El Rabí de Galilea no es solamente un maestro que proclama el inicio del Reino de Dios. Él no es solamente el que sana a los enfermos de males físicos y mentales. Él no es únicamente una noble persona piadosa que pone atención y cuida a extranjeros, que ama a los niños y defiende a mujeres que son reprochadas por los judíos conservadores.
Este Rabí de Galilea se asocia y come con los colectores que están al servicio del Imperio Romano para recaudar impuestos y que son considerados pecadores por el pueblo judío. El profeta del Dios vivo es luz en el mundo, sal en la tierra, pan de vida, camino, verdad y vida.
El Maestro enseña, empodera, da confianza, abre el corazón a la sensibilidad y a la conmiseración, y se manifiesta diciendo: “yo soy la puerta”, el acceso a la salvación; pues “nadie puede ir al Padre” si no es por esa puerta. La puerta de la misericordia, de la fidelidad, de la bienaventuranza.
Jesús el Cristo es la puerta que se abre para dar paso al penitente; Él es la apertura de la fuente del rio de agua viva; Él es el paso hacia el espacio donde reina la paz interna, y la espiritualidad que te acerca a Dios.
Jesús es la entrada que te acondiciona para ser recto y modelo de fidelidad a Dios y al prójimo. Por esa puerta, las almas con sed de Dios, son saciados con el agua que da vida. Entrando por esa puerta llegamos al altar para comer del pan de vida y la copa de salvación.
Jesús es la abertura que nos deja ver el reflejo de la gloria de Dios como el profeta en Isaías 6:1-3)
Jesús es la puerta por donde se entra a la morada de las virtudes más excelsas de paz, esperanza y amor, y desde allí las almas se hacen más fervientes, los corazones más tiernos, y las voluntades más dispuestas a servir a Dios y al prójimo.
Jesús te habla hoy como lo hizo en Jerusalén en el Pórtico de Salomón y te dice: “Yo soy la puerta; el que por mi entra, se salvará”. Estas son palabras de seguridad, vocablos de promesa que sirven de ancla en la mente y fundamento de la esperanza.
El Señor Jesús está presente ahora, como lo ha estado siempre, porque Él es alfa y omega, principio y fin, y como puerta, se abre para que entres a fin de encontrar perdón, paz, tranquilidad mental, elevación espiritual, esperanza de vida abundante; en conclusión, la salvación y vida eterna.
Anímate ahora, acepta la invitación; entra por “la puerta” que da acceso al redil, al aprisco, al refugio, a la protección, a la salvación, allí hay lugar para ti; pues, Jesús “la puerta” ha dicho y te confirma: “Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar”. (Mateo 11:28)
La puerta está abierta, y espera tu entrada.